domingo, 7 de junio de 2009

Viajeras del tiempo, en ruta a la extinción


Una tortuga golfina yace muerta y devorada en la playa de Palmarito, Oaxaca, como mujndo monumento a un proceso de extinción que se ha desencadenado con los grandes quelonios marinos. Abajo, izquierda, una moradora de Río Seco, comunidad marginada que aprovecha de forma ilegal los reptiles. A la derecha, una iguana de un criadero ubicado cerca de Puerto Ángel. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS





Izquierda, el cocodrilo, sobreviviente a las persecusiones. Abajo, pequeñas golfinas y prietas antes de ser soltadas en la playa









La gigante laúd, que casi ya no es vista, fue pintada en el campamento tortugero de Escobilla, el mayor sitios de anidación de tortuga golfina en el planeta. Abajo, las playas en la zona de San Agustinillo, donde hubo un rastro que sacrificaba mil tortugas diarias



Las tortugas laúd enfrentan un desafío para sobrevivir al calentamiento global y al hombre. Los mayores quelonios del planeta viven tiempos difíciles; los procesos del cambio climático en la costa oaxaqueña pueden precipitar su final, complicar a otras especies y afectar a sus vecinos humanos

Costa de Oaxaca. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO

En Morro Ayuta, una de las principales playas mexicanas para anidación de tortuga laúd, y próspera en visitaciones de otros quelonios, todavía hace diez años sólo se vivía de estos reptiles. “Mi mamá me pegaba si venía a la playa y no recogía ningún huevo”, reconoce el pescador Luciano García. La cosecha principal solían ser nidos de golfinas, la especie más común. Las laúdes, gigantes de los mares, eran menos espectaculares y más silenciosas en sus arribos.
Hoy, la Dermochelys coriacea, con 180 millones de años de presencia en el planeta, está amenazada por un silencio total. Humberto García Escudero, quien apenas rebasa 20 años, no olvida su primer encuentro nocturno con este contemporáneo de los dinosaurios: “Estaba en la playa levantando nidos para llevarlos al campamento donde se cuidaban de los hueveros; todo estaba muy oscuro, yo caminaba con dos nidos de golfinas y me sentí cansado; cuando me iba a sentar se sintió un respiro muy fuerte, y al voltear vi a una laúd enorme que se esforzaba en escarbar para su nido […] me asusté, y fui a buscar a los biólogos…”.
Muy pocos sostienen ya este tipo de encuentros. En 2008 se registraron apenas 300 nidos y unas 30 hembras de la especie en toda la vasta costa oaxaqueña, que, en contrario, se ha vuelto pródiga de nuevo en arribazones de golfina, pese al saqueo apenas contenido por la agresiva presencia de la Marina mexicana.
Morro Ayuta es la playa de Río Seco, un asentamiento campesino que tiene ejido y comunidad indígena. De forma abierta, sus moradores reconocen que el único paliativo a su pobreza endémica es justamente aprovechar los “excedentes” de huevo de quelonios, e incluso han planteado la necesidad de establecer un acuerdo institucional para cuidar y manejar su fauna marina, que es complemento de proteínas en su precaria dieta básica, pero, además, podría ser la base de un proyecto ecoturístico que impediría que las redes de comercialización ilegales sigan alimentándose de este estado de cosas.
“Queremos y tenemos derecho a desarrollarnos bien, a mejorar nuestra vida; nos prohibieron sacar huevo, pero por años nos dejaron abandonados, sin apoyo”, señala preocupada doña Laura Sosa, una lideresa comunitaria. Ezequías Ahumada, presidente del ejido, se queja amargamente de las disuasiones policiacas, que se han prestado a innumerables abusos.
“Hace un tiempo metimos a la cárcel de Río Seco a un federal que quiso abusar de nosotros y hasta echó balazos en la plaza; somos bravos si nos buscan”, advierte enfático. Fue necesaria una negociación con las autoridades estatales para que aceptaran soltar al gendarme, al que habían desarmado y mantenían fuertemente vigilado los campesinos irritados.
La veda completa de aprovechamiento de las tres especies de tortuga marina que llegan a las playas de Río Seco (la otra es la tortuga prieta) tiene vigencia parcial. “A veces nos dan chance de sacar nidos, pero algunos se pasan de cabrones y quieren llenar su refrigerador”, confiesa una mujer veinteañera.
En tiempo de escasez —la golfina tiene sus principales arribadas de agosto a noviembre; la laúd, en el invierno—, un nido se cotiza en 150 pesos. “Con eso te puedes comprar un uniforme para la escuela de los niños”, se justifica otra ama de casa.
Río Seco es una de decenas de aldeas con saqueadores de tortuga. En esta zona, se hace lo mismo en Coyul, Tapanalá y El Limón.
“Es realmente impresionante cómo, en la época de auge de las arribadas de tortuga, hay aquí mucho dinero; hacen fiestas, meten grupos musicales y andan quince días en la tomadera, sin parar. Ya los conocemos, esos momentos no tratamos de buscarlos para hacer acuerdos de los proyectos de la comunidad, simplemente no están disponibles”, explica una promotora social.
Es una zona dominada por la selva seca, con playas de arena tersa y magníficas puestas de sol; estuvo habitada por tigres (jaguares) y felinos menores, lagartos y venados y hasta algún testimonio asegura la presencia improbable del tapir, pero, sobre todo, por cientos de miles, tal vez millones de quelonios, en medio de inmensas soledades virginales. La derrota de la naturaleza comenzó alrededor de 1935, cuando arrancó la colonización humana.

¿El final del viaje?
Huelga repetir que la tortuga laúd es la mayor del mundo: llega a pesar hasta 900 kilogramos, según registros científicos, aunque promedia sobre media tonelada. Esto significa que anda en los rangos del toro de lidia. Su gran tamaño, aseguran expertos, puede ser clave de su longevidad como especie, pues al parecer tiene formas de regular su propia temperatura, a diferencia de la mayoría de los reptiles.
Las hembras ponen once o doce nidadas por temporada, en playas diversas del Pacífico mexicano, y sus migraciones son unas de las mayores que se conozcan: hay registros de hasta once mil kilómetros de desplazamientos, con avistamientos incluso en la gélida Noruega, pues solía habitar por todo el orbe marino.
Los ejemplares que todavía arriban a la ardiente Oaxaca provienen de los mares de Perú y Chile.
La progenie de la que deriva la Dermochelys coriacea sobrevivió a dos grandes procesos masivos de extinción de formas de vida marina y terrestre: la que hace 65 millones de años aniquiló a los grandes dinosaurios y la que sobrevino con los grandes mamíferos tras la aparición del hombre. Así, se trata de una auténtica viajera del tiempo. ¿Toca su turno, en tiempos de calentamiento global propiciado por las actividades humanas, y de depredación directa por los pescadores y moradores de las costas donde desova?
Hay una lucha desesperada por salvarla en sus principales sitios de anidación del litoral oaxaqueño y el mexicano en general. No obstante, entre los científicos se percibe un aire pesimista, pues los registros de la especie, que se desplomaron a partir de 1990, no levantan.
Esto, pese a la protección que le dan las leyes mexicanas desde hace más de 80 años, y que sólo se hizo más o menos efectiva justamente desde 1990, lo que ocasionó una fuerte contracción económica entre los miles de aldeanos que vivían de su saqueo, junto con el de otras dos especies mucho más abundantes: la tortuga negra y la golfina; esta última, con sus mayores arribadas mundiales en la playa de Escobilla, al poniente de este litoral.
El problema de la gigante es serio. Marcelino López Reyes es uno de los científicos que mejor conocen a las visitantes de los mares. Trabaja para la organización ambientalista Selva Negra, que sostiene en operación el campamento de El Palmarito, otra de las playas preferidas de la laúd en Oaxaca. Sus conclusiones no son optimistas.
“A la playa de Barra de la Cruz llegaron como 1,800 tortugas laúd en una temporada en 1990-91, y a partir de 1992 empezamos a vigilar las playas porque pensábamos que esa tortuga estaba cambiando de playa de anidación; descubrimos la importancia de El Palmarito, pero lo cierto es que había una baja inexplicable…”.
El enorme quelonio “tiene una ruta de migración muy lejana; se empieza a reproducir de los 20 años en adelante; la laúd puede llegar a anidar once o doce veces por temporada, si tuvimos 1,800 en 1991, ahora podríamos hablar de menos de 30: es muy drástico el descenso”, pone en relieve.
—¿Cree que sea por causa del calentamiento global?
—Sí, no hay duda; está afectando la alimentación de la laúd, porque, al calentarse el agua de mar, la medusa que está especializada en comer se va a profundidades muy bajas y la laúd no puede seguirla; ante la falta de alimento, empieza a migrar y esto la lleva a la muerte […] Entre noviembre y diciembre, cuando el mar se enfría, la medusa permanece arriba flotando, hay fuente de alimento, pero entre febrero y marzo, ahora con el cambio climático, el calor sube pronto y es posible que esto la condene a no alimentarse.
—¿Cómo está afectando el cambio climático a la golfina y la prieta?
—La prieta es vegetariana; cuando es pequeña es carnívora, pero después se hace vegetariana; hay reportes de Michoacán de que la prieta emigra hacia el Golfo de California porque hay un banco importante de algas allí. La golfina es omnívora: en esta temporada he salido al mar y no ha encontrado la jaiba que consume, una jaiba roja que es su fuente de calcio, porque deposita hasta 120 huevos cada mes y necesita recuperar el calcio que dejó en el huevo. Pasa lo mismo que con la medusa: el mayor calor de la superficie hace que ese crustáceo no suba ya.
El experto subraya que, como especies migratorias, los esfuerzos de salvación de las tortugas deben ser multinacionales. Además de la falta de alimento, está la muerte por captura incidental de los grandes barcos pesqueros. “Muchos países sí están trabajando con la laúd. Aquí en México, por fortuna estamos tomando prevenciones por la captura incidental de la tortuga, pero hay países centroamericanos que no lo hacen, entonces no estás protegiendo toda la ruta, además que hay lugares donde es abierto el derecho a matar laúdes por el aceite…”.
—Ahora, ¿el aumento del calor también afecta los huevos y las crías?
—Sin duda, afecta totalmente la producción de crías machos y hembras. De las primeras tortugas laúd que llegaron en octubre, las crías nacieron en noviembre, diciembre, y en su mayoría son machos porque estaba frío; ahorita los que nazcan quizás sean hembras por el calor, además de que hay crías que mueren en la eclosión del huevo por no ser propicias a un sol tan fuerte. Que haya mucho más hembras que machos es evidentemente un problema, porque la reproducción es sexual, puede afectar poblaciones y llevar a una desaparición progresiva. Y el problema es que hoy, en Oaxaca, la temporada de calor empieza en enero, hasta mayo, cuando empieza a llover.
Por si faltaran enemigos, estos reptiles también deben enfrentar a una nueva plaga, un escarabajo proveniente de la zona de la sierra que llegó con los troncos de la deforestación y se aclimató al litoral. López Reyes confirma que su presencia ha provocado mortandad de hasta 80 por ciento en los huevos de golfina, pero asegura que es controlable si se interviene en este momento para reducir al bicho.
No se diga ya de los zopilotes, que, huyendo de las zonas urbanas, donde se les persigue, van a la playa a buscar alimento fácil. Una golfina muerta en Escobilla, la meca de la especie, con los ojos devorados por esas rapaces, es el mejor monumento a un mundo que cambia a golpes, mucho más rápido de lo que la naturaleza lo ha administrado en la inmensidad de su historia terrenal.

El guardián del bosque
El pequeño felino hace eco de su fama de fiera y lanza agresivos maullidos desde el fondo de su jaula. Con la desaparición casi total del jaguar (Panthera onca) de la costa oaxaqueña, son los tigrillos o margay (Felis wiedii) y los ocelotes o guanduri (Felis pardalis) los que encabezan la cadena alimenticia en las zonas terrestres y las inmediaciones de los humedales. En los ecosistemas lagunarios, el cocodrilo de río (Crocodylus acutus) sigue siendo el rey, pese a la tenaz persecución de que fue víctima.
Cae la noche en el poblado de Tapanalá, al este de Huatulco. Doña Silvia Pérez ya no sabe qué hacer con este obsequio que le dio un lugareño de la zona de San Miguel Changó, donde presuntamente fue capturado el cachorro. El felino vive en una pequeña jaula en medio del corral, y de devorar carne de pollo y trozos de res que le compra la campesina, mientras contempla triste y ansioso, desde la reja, el paso despreocupado de pollos y gallinas, única fortuna de su dueña.
Doña Silvia quiere poner una cría de iguana, que está también en peligro de extinción, para poder comercializar su carne después, que es muy preciada. Pide apoyo a sus visitantes para acercarse a un criadero en la zona de Puerto Ángel, establecimiento que es famoso regionalmente, para lo cual tiene como moneda de cambio el preciado tigrillo. Su angustia pecuniaria es lo común entre los moradores de la costa, en su mayor parte descendientes de migraciones indígenas zapotecas, mixtecas, triques y mixes que huían de los caciques del altiplano, en los años treinta y cuarenta del siglo XX.
Escobilla, más de cien kilómetros al oeste de Tapanalá, ofrece un caso similar. La comunidad, que tiene como heredad la colindancia con la playa de arribazones de golfina más numerosa del planeta, ha luchado por abrirse paso entre la miseria endémica a que la condenó la veda gubernamental, luego del cierre del rastro de tortugas que el presidente Luis Echeverría construyó en los años sesenta, donde se sacrificaban más de mil ejemplares al día.
“Tratamos de generar proyectos alternativos, porque la verdad es que se siguen saqueando nidos; hicimos un proyecto ecoturístico que nos está empezando a dar frutos, afortunadamente, pero ha costado mucho […] de 90 que lo empezamos, hoy nomás hay 17 socios, y tuvimos que luchar porque hasta nos quemaron el restaurante, yo creo que por celos”, destaca don Sóstenes Rodríguez Reyes, secretario del comité de vigilancia de la cooperativa.
El proyecto fue construido con muchas jornadas de tequio, un esquema de trabajo comunitario gratuito propio de los zapotecas. “Muchos se fueron retirando porque nos decían: no queremos limosnas, queremos buenos sueldos”. Son tradiciones solidarias que están en riesgo, así como el lenguaje de sus abuelos. “Ya a últimas fechas, los hijos se avergüenzan de los padres cuando hablan el indio […] no hay escuelas bilingües; yo recuerdo que, en un poblado que se llama Charco de Agua, un maestro dejaba sin recreo a los alumnos que hablaban zapoteco, y hasta los golpeaba si no preferían la lengua española”, dice con pena.
Con todo, el proyecto creció: ya hay restaurante, cabañas, paseos en lancha por el estero y colaboran en el cuidado de las golfinas. “Todavía nos pegan; muchos nos provocan: ustedes cuidan tortugas, cocodrilos, iguanas, y nosotros las matamos, nos advierten”.
Don Sóstenes ha recibido en su local a un grupo de estudiantes de la escuela Lázaro Cárdenas del Río, quienes toman la clase de educación ambiental impartida por la maestra Martha Navarrete, orgullosa de sus muchachos. Adolescentes al fin, no pueden evitar una mirada lasciva a un cartel de Selva Negra, con una modelo sensual vestida en lencería, provocativa: “Mi hombre no necesita huevos de tortuga, porque sabe que no lo hacen más potente….”.
A muchos lugareños de la costa de Oaxaca, mientras sus clientes sigan creyendo en las propiedades afrodisiacas de su producto, no les importa demasiado perderse de las mieles de una cachonda y sofisticada morena que defiende tortugas desde la lejanía de Miami, a donde, además, no piensan ir en el resto de sus azarosas vidas.

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Costa de Oaxaca, un lugar de cambios
A partir de 1935 empezaron los grandes procesos de ocupación por comunidades humanas en la costa de Oaxaca, en su mayor parte indígenas sin tierra que enfrentaban problemas con jefes políticos —frecuentemente cruentos— en el altiplanoLa ocupación de la costa fue desordenada y sin mediar una planeación; los nuevos moradores de este mundo virginal se toparon con especies de plantas y animales distintas a las que conocían, y con un clima y un suelo en condiciones distintas, lo que explica la velocidad del daño que ocasionaron al intentar hacer las mismas actividades que en sus tierras frías
No obstante el fracaso económico reiterado, uno de los regalos que les ofreció la naturaleza fue la gran abundancia de animales, especialmente la mansa tortuga que milenariamente llega a las playas. El fracaso en proveerse de proteínas por sus propios medios fue sustituido por esta fuente fácil de carne y huevos
Desde 1927, el gobierno mexicano ha intentado proteger las siete especies de tortugas marinas que llegan a las playas del país, con una prohibición federal a la captura de ejemplares o el consumo de huevo. Esta prohibición se ratificó en 1972, pero, de forma absurda, son los tiempos en que el presidente Echeverría inauguró el matadero de quelonios más famoso de la historia: el rastro de San Agustinillo, cerrado hasta 1989, y donde ahora existe el Centro Mexicano de la Tortuga
El 29 de octubre de 1986, se emitieron decretos para las principales playas tortugueras mexicanas: Mexiquillo, Michoacán; Tierras Coloradas, Guerrero; Chacahua y Escobilla, en Oaxaca. En Jalisco quedó protegido el playón de Mismaloya, el más largo del país
Indicadores del desastre de la tortuga laúd en Oaxaca: en 1984 hubo 1,900 nidos; en 1985 fueron el doble, 3,800; 4,700 en 1987; 1,300 en 1990, y menos de cien en 1994, informa la Semarnat en el campamento de Escobilla
La costa de Oaxaca es hoy uno de los sitios más codiciados de inversión turística de México, sobre todo el corredor que va de Huatulco, al oriente, a Puerto Ángel y Puerto Escondido, al poniente. La pobreza de su población sigue siendo el principal problema social

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