HISTORIA ECOLÓGICA DE LA SELVA DE JALISCO / 3
Además de un descenso de dos tercios en los apoyos de la Conafor entre 2009 y 2013 en los municipios costeros, la selva seca no es considerada un ecosistema prioritario por las políticas ecológicas gubernamentales. Arriba, el estero La Manzanilla; abajo, un potrero de la selva en la región de Cabo Corrientes
Agustín del Castillo / Costa de Jalisco. MILENIO JALISCO
El gobierno federal y los gobiernos locales tienen claridad sobre el problema de destrucción ambiental que vive de forma acusada la selva de Jalisco, pero este año 2013, los subsidios para mantenimiento de la cobertura forestal están a la baja, con una reducción económica de casi 62 por ciento en relación con los otorgados en 2009, lo cual preocupa a ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios.
“Nos dicen que hay que cuidar el bosque, pero este año apenas entraron unos cuantos predios al Programa de Servicios Ambientales y a otros apoyos de ProÁrbol, pero a la mayoría o nos rechazaron o nos descalificaron por falta de presupuesto”, señala un productor de Cabo Corrientes, en la Costa Norte del estado.
La estadística no miente: en 2009, el programa de servicios ambientales (PSA) de la Comisión Nacional Forestal aportó 64.7 millones de pesos a estas regiones; todavía en 2012 lograba acomodar 51.9 millones, pero en 2013 sólo se han comprometido 22 millones 451 mil pesos, según información de la dependencia.
Se debe precisar que son apoyos en 47 municipios que corresponderán al naciente Programa Especial de Cuencas Costeras, donde están las selvas del litoral, y además, de la Sierra de Amula y de las regiones Sur y Sureste, y se incluye bosque templado de las partes altas de la Sierra Madre del Sur y del Eje Neovolcánico.
La selva costera propiamente dicha se ubica en las regiones Costa Norte (Puerto Vallarta), Costa Sur (Autlán) y Sierra Occidental (Mascota), y abarca partes de 13 municipios.
El organismo federal publica los listados de los beneficiados con subsidio y de los “no asignados”. Una parte se decide entre el gobierno del estado y la gerencia estatal de la Conafor: programas de manejo forestal, plantaciones forestales, caminos, auditorías técnicas, tecnificación, entre estos. Los datos de asignaciones de 2013 revelan que se aprobaron 225 apoyos, 52 en los 13 municipios referidos, y no se aprobaron 314 solicitudes, 79 en las mismas demarcaciones, fundamentalmente por falta de dinero.
En el caso de los que califica de forma directa la Conafor a nivel central, apenas hubo siete solicitudes aprobadas de 17 correspondientes a Jalisco, mientras de 201 “sin recursos asignados” para toda la entidad, 127 eran de la zona (toda la información disponible en www.conafor.gob.mx).
Por si fuera poco, la selva seca no está debidamente reconocida como prioritaria por parte de la Conafor, lo que hace que muchos productores ni siquiera participen en las convocatorias.
Estos factores pesan en las decisiones del dueño de conservar su bosque o de transformarlo a actividades económicas más rentables y de más corto plazo: con cultivos intensivos o con ganado, la ganancia será inmediata. La economía de ese sector es de diez a 12 veces más grande que la forestal.
El desastre de este cálculo ha sido evidente: “La transformación a pastizales es el principal proceso de cambio de todos los tipos de vegetación. Los efectos del ganado son enormes si consideramos que sólo 16 por ciento del territorio mexicano son pastizales y que aproximadamente el 40 por ciento de la superficie ganadera se presenta en ambientes naturales, en donde muchas de las especies silvestres conforman su dieta. Las alteraciones producto del ganado perturban a su vez el ciclo hidrológico, el suelo y la vegetación que a su vez desembocan en erosión, pérdida de diversidad e incendios (figura 2.3). Asimismo, el ganado desplaza de manera indirecta a los hábitats naturales mediante el reemplazo de estos a monocultivos” (Geo México, Perspectivas del medio ambiente en México, INE 2004).
En la selva de Jalisco, la ganaderización es el factor número uno en deforestación y cambio de uso de suelo.
DE FORAJIDOS A INVERSIONISTAS
“Un litoral demasiado grande para tan pocos forajidos”, señalaba Juan Rulfo, el célebre autor de Pedro Páramo, al referirse a la canónica novela de su colega, el también ex gobernador Agustín Yáñez, La tierra pródiga, en un texto publicado en la Revista Mexicana de la Cultura, suplemento de El Nacional, el 8 de noviembre de 1964.
“Aunque Yáñez circunscribe el problema de esta región, ‘pasto de toros bravos’, a su última etapa, la cosa viene desde antiguo. Y para no ir tan lejos: conquista, sometimiento, nueva conquista y exterminio de todos los pueblos aborígenes de las provincias de Melahuacán y Expuchimilco —solamente la primera tenía más de 200 mil habitantes, y hoy no llega a 500—. En el Valle de Sátira, también superpoblado, sólo queda el pueblo de Tomatlán. En El Amborín está la Villa de Purificación, con dos mil habitantes y la ranchería de Jocotlán, la cual debió ser importante, pues en 1914 los de este lugar saquearon y arrasaron la Purificación, lo que motivó que pocos días después Jocotlán desapareciera del mapa”.
Así, en ese 1964, “en Chamela habrá quizás unos tres habitantes; otros más en Tenacatita —aunque los cerros de sus alrededores están plagados de muertos—; La Huerta, ya en el Valle de Expuchimilco —La tierra pródiga de Yáñez—, fue arrasada por las tropas de los generales Agustín Olachea y Ochoa Urtiz en 1919. En Casimiro Castillo [La Resolana] hubo hace apenas 14 años un enfrentamiento entre tropas federales contra los caciques Lozano, herederos a su vez del enorme cacicazgo de los extranjeros Elórtiguie. Otro extranjero fue propietario del Alcíhuatl desde 1775, se apellidaba Romero y baste decir que registró como realenga toda la tierra, desde Llano Grande hasta Mixmaloya [sic], misma que legó a su hijo Liberato”.
El recuento rulfiano no se agota: “Cacaluta era otro cacicazgo sin límites, propiedad de un tal Torralba. San Miguel, la vieja capital de la provincia de Melahuacán, fue arrasada en 1858, en unión de Cuitzmalal y otros pueblos. Y todavía en 1928 el general Charis hizo estropicio en toda la región, desde la Purificación hasta Tomatlán. Hubo pues en la tierra pródiga muy pocos habitantes —desde hace cuatro siglos—, pero sí muchos caciques y hasta filibusteros, como Bernard Johnson”.
Así, “no es extraño pues que fuera tierra de contienda, de forajidos y asesinos labiosos e ignorantes […] Tal vez en 1866 se hubieran resuelto los problemas de la Costa, de haber sido aceptado el ‘Pacto de Zacate Grullo’, único decreto que expidió el gobernador Anacleto Herrera y Cairo. Ese pacto —que como su nombre lo indica, o más bien su apellido, se formuló en lo que actualmente es El Grullo—, ordenaba arrasar los pueblos desde allí hasta el suroeste, talar los árboles, prenderle fuego a las selvas y liberar, de una vez por todas, aquella región infestada de bandoleros, caciques y criminales. Ley que se consideró entonces inadecuada y acabó en el olvido”, añade Rulfo con malicia.
A esos señores feudales se enfrenta el gobernador Yáñez, lo mismo que sus antecesores y sucesores.
La memoria está viva hoy con el caso de Rodolfo Paz Vizcaíno, amo de Tenacatita y El Tecuán, señor de horca y cuchillo que asesinaba a los trabajadores que se le rebelaban y les esquilmaba sus salarios, hasta que lo descubrió el general Marcelino García Barragán —gobernador de 1943 a 1947—, a quien le debió entregar la playa de El Tecuán para no ir a la cárcel y se vio obligado a “humanizar” su trato, según testimonio que dio en 2005 Concepción Rodríguez Palomera, habitante de San Mateo, en La Huerta, y pariente de otro cacique temible: Longinos Vázquez, el talamontes que donde se paraba, como decían del caballo de Atila, “no volvía a crecer una brizna de hierba” (de nuevo Yáñez).
Luego llegaron los millonarios extranjeros, los nuevos conquistadores de un mundo ya poblado de ejidos con campesinos nacidos en el altiplano, que apenas comenzaban a conocer la ecología de la selva. El italiano Gian Franco Brigione le dio dos millones de dólares al español Luis de Rivera para que comprara Careyes en 1968. Allí comenzó la nueva invasión.
La Pecas, la famosa hembra jaguar de la localidad de Bioto, en Cabo Corrientes, ruge molesta ante el acoso de visitantes
LAS OTRAS SELVAS
Nacido en una región templada, El Durazno de la Sierra del Halo, don José Serna recorrió en sus primeros 30 años las barrancas profundas del río Coahuayana y sus afluentes, al sur de Jalisco. Allí se topó por primera vez con la selva tropical seca, protegida por los abismos que bajan desde los volcanes, y que se abren paso hasta la Tierra Caliente Michoacana y las costas de Colima, y que pese a la orografía que la protege, ha sido también devastada.
Su tránsito era constante, pues trabaja en Uruapan, donde le mete un balazo a un lugareño que intentó penetrar al rancho que cuidaba, y padece su acoso, pues el rufián no muere. “Ya no me sentí a gusto; en cualquier momento podía pasar algo conmigo”, explica. Eso lo hizo migrar a Lombardía, donde comenzó su adaptación a los climas tórridos.
Tras su migración definitiva a la costa, a los 34 años de edad, don José regresará esporádicamente a la sierra a visitar a sus padres y sus hermanos, pero la nostalgia jamás fue suficiente para abandonar su nuevo mundo.
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