domingo, 21 de marzo de 2010

Mesa del Nopal, pasaje a una “tierra de nadie”




Caña de azúcar, actividades ilegales y turismo desordenado en el área natural protegida de La Primavera, en la zona del poniente del bosque, con taladores, cazadores, basura e incendios que se originan allí; una caseta podría poner fin a esas historias de desastre. Arriba, carril de carrera de caballos y basureros, ejemplos del caos. FOTOS DE MARCO A. VARGAS

Tala. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO

El fuego se les fue de la parcela e invadió la cañada. Al día siguiente, viernes 19 de marzo, buena parte de los pinos estaban carbonizados. “No van a sobrevivir”, dijo Martín de la Rosa mientras guiaba a los visitantes por la ladera. Arriba, en la planicie, los jornaleros macheteaban, indiferentes al desastre, las matas de Saccharum officinarum. Columnas de humo remontaban el cielo por todo el valle, paisaje típico de la época de zafra.

Éstas son las raquíticas plantaciones de caña de azúcar que han persistido al interior del área de protección de flora y fauna La Primavera, sobre 288 hectáreas, a 30 años del decreto, pese a su baja productividad, pues los suelos delgados no permiten más que plantas pequeñas y tallos breves.

Lo indudable son las grandes desventajas de la permanencia de esta actividad: los principales incendios que han asolado el bosque protegido nacieron en estos parajes, que forman parte de la Mesa de Nopal, pues el fuego es la herramienta básica para cosechar la caña, pese a las prohibiciones de su uso. Además, por aquí se penetra con facilidad al corazón de la reserva.

Así, se multiplican las variedades de lo ilegal: las luces de las linternas de los cazadores —provenientes de Tala y Guadalajara— son percibidas algunas noches desde la torre de San Miguel, aunque, hasta ahora, los operativos para atraparlos han sido inútiles. También ésta fue el área por donde ingresó con sus camionetas de tres toneladas la gente de Dagoberto Salinas Martínez, el cual fue capturado el 2 de marzo pasado, habiendo sacado al menos seis viajes de madera.

Los restos de su saqueo demostraron a los peritos de la Procuraduría General de la República (PGR) que permaneció dos días en el paraje, pero el ruido de las motosierras y la volcadura de uno de sus vehículos lo delató. Hoy, Salinas Martínez está a disposición del juez primero de distrito en materia penal, y duerme en el complejo carcelario de Puente Grande (Público, 16 y 17 de marzo de 2010).

La mañana de viernes, a escasos metros de este lindero, se desarrollan otras historias perturbadoras: un tiradero municipal donde vierten camiones de Tala, y un banco de materiales que ha cortado agresivamente las colinas de su entorno.

En el primer caso, se supone que la Secretaría de Medio Ambiente para el Desarrollo Sustentable (Semades) ya había intervenido, clausurando el vertedero que viola todas las normas y disposiciones en materia de rellenos sanitarios. No obstante, los pepenadores trabajan afanosos entre las montañas de desechos mientras garzas de diversos tamaños y zopilotes se dan un festín del que no se sabe si saldrán con bien. “Nomás recibimos camiones del ayuntamiento”, apunta diligente el policía municipal que custodia el sitio.

Otros visitantes indeseables son los motociclistas. En algunas piedras y lienzos se ven trozos de tela con los que marcan sus rutas hacia el interior. Sus cuatrimotos no se limitan a los caminos, sino que se hunden en los terrenos más accidentados para demostrar las habilidades de sus conductores, la potencia de sus motores y la flexibilidad de las llantas. El obvio resultado es que erosionan los suelos, con lo que matan la flora y las regeneraciones de los árboles, además de la gran alteración para los habitantes del bosque por los altos decibeles de sus máquinas.

En este cuadro de tierras se matan venados, pecaríes y felinos, además de mucha fauna menor, sobre todo aves. Es parte del principal corredor de fauna hacia el bosque; el que proviene de la sierra del Águila, el volcán de Tequila y la cuenca del río Ameca, observa la responsable de fauna en el bosque, Karina Aguilar Vizcaíno. Ésta puede ser la ruta habitual del puma, el cual ha sido avistado hace seis meses por el fototrampeo, pero se habría movido hacia la parte oriental de la reserva, lo cual inquieta a sus protectores, pues empiezan a salir denuncias de ataque a ganado, una historia de la cual se cuelgan los cazadores furtivos para justificar la persecución del felino.

Pero Mesa de Nopal también es un área donde los malos propietarios se deshacen de sus mascotas. De allí que haya presencia riesgosa de perros ferales (asilvestrados), cuya capacidad de depredación de fauna nativa se incrementa porque son altamente sociales. Pero, incluso, se ha llegado a dejar —en una pequeña represa local— un ejemplar de cocodrilo de río (Crocodylus acutus), el cual fue rescatado hace unos meses por personal de la reserva (Público, 1 de mayo de 2009).

Justo delante de las parcelas cañeras, el camino sigue hacia una floresta más tupida. Allí se está a punto de terminar una caseta de vigilancia con presupuesto de la Secretaría de Desarrollo Rural (Seder). Los trabajadores aseguran que esto se logrará a más tardar en una semana, por lo cual la dirección ejecutiva se apura para designar el personal que allí se instalará. Si funciona como se prevé, evitará en gran medida el pillaje de que es objeto la demarcación, advierte el director del área protegida, José Luis Gámez Valdivia.

La visita sigue hacia dentro de las montañas, donde se avistan algunos ejemplos del famoso fenómeno geológico del toba-tala, formaciones rocosas de origen volcánico que delatan la historia de esta antigua caldera hoy casi dormida. Luego se baja hacia el río Caliente con sus famosas aguas termales, con recovecos deliciosos entre vegetación riparia, cuya belleza no ha sido respetada por la fuerte carga de visitantes que los fines de semana, los “puentes” vacacionales y los periodos largos de descanso acuden a bañarse en sus aguas primigenias, dejando una estela de basura y deterioro.

De aquí en delante, hay aparentemente más control del área protegida y de los propietarios, pero cuando la ruta dobla al norte, hacia el ejido La Primavera, se debe relativizar esa idea. Porque los potreros que se usan para recibir turistas suelen ser mal administrados, sobre todo en periodo vacacional. Lo más que hacen los campesinos es cobrar el acceso norte por una caseta que se construyó con presupuesto público, y mandar a los peregrinos a algunos de los sitios que se habilitaron también con recursos del erario. Pero no hay más servicios, y no responden de los percances provocados por sus visitantes.

Emblemático de este desorden es una parcela que uno de los líderes del ejido convirtió en carril para carrera de caballos, el cual, pese a que se pidió la intervención de la Profepa (Procuraduría Federal de Protección al Ambiente), ya está casi terminado, y violenta totalmente la zonificación que existe en el programa de manejo vigente para La Primavera.

¿Hay esperanzas de poner fin a los excesos en el bosque?, se le pregunta al director. Contesta Gámez Valdivia: “Sí, siempre que logremos más vigilancia, que hagamos que la ley se cumpla cuando se cometen abusos y que le mandemos a los propietarios y ejidatarios señales claras de que queremos que tengan un desarrollo sin alterar a la naturaleza. Y debemos ir hacia allá”. Poco después de mediodía, los visitantes se topan de nuevo con la carretera asfaltada.

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