martes, 6 de enero de 2015

Hambre, una industria llena de intereses



Nunca se han producido tantos alimentos, pero el costo ambiental y social no es alentador: desde bosques arrasados hasta pérdida de fuentes de alimentos y obesidad.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

El hambre moderna ha sido en buena medida fabricada por una industria poderosa que domina la producción de alimentos y ha reducido drásticamente las opciones nutricionales de la humanidad, opinan cuatro ecólogos reunidos en Guadalajara a propósito de la entrega a uno de ellos del reconocimiento Naturaleza, Sociedad y Territorio “Francisco Pascasio Moreno”, por parte de la Universidad de Guadalajara (UdeG).

El premiado, el argentino Eduardo Rapport, investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de esa nación, apunta: “el uso de plantas silvestres en la alimentación estaba mucho más diversificado en el pasado, y en consecuencia, la diversidad de la dieta humana se ha reducido. Los anuarios de FAO se refieren a unas 110 especies de plantas comestibles. Hemos registrado en cambio unas 16 mil especies de plantas comestibles conocidas”.

De tal modo que “es posible que entre 20 y 25 por ciento de las especies de plantas tengan potencial alimenticio, según los resultados del estudio de las floras de países como Gran Bretaña y Papua-Nueva Guinea”.

¿Por qué ese conocimiento se ha perdido gradualmente? Hay un interés específico de un modelo de negocios enormemente exitoso para las grandes transnacionales, fincado sobre pocas especies vegetales; sobre la alteración de los propósitos originales de la ganadería –el ganado se comía los pastos que no eran comestibles para el hombre y lo transformaba en calorías; ahora, come maíz y proteínas animales-; y sobre la manipulación de dos sustancias escasas en la naturaleza, y que los seres humanos consumen hoy a niveles adictivos: la sal y el azúcar, fuentes de muchas enfermedades al alza, desde diabetes hasta la universal obesidad de las masas malnutridas.

Esto es parte sustantiva del IV Coloquio Internacional sobre Biodiversidad, Recursos Naturales y Sociedad, convocado por la Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSUR) y del que fungió como moderador el reconocido investigador Enrique Jardel Peláez, hace exactamente un mes (6 de diciembre de 2014). Los otros acompañantes fueron el ecólogo Exequiel Ezcurra, nativo argentino pero con carrera predominantemente mexicana, hoy director del Instituto para México y los Estados Unidos (UC Mexus) y profesor del Departamento de Botánica de la Universidad de California Riverside, así como el morelense Rodolfo Dirzo, del Departamento de Biología de la Universidad de Stanford, también en California.

De los apuntes que Jardel facilitó a MILENIO JALISCO, salen otros asertos del galardonado: “llamamos ‘malezas’ a plantas que son molestas porque compiten con los cultivos o crecen espontáneamente en los jardines. Muchas de estas "malezas" son útiles en la alimentación humana y debiéramos llamarlas ‘buenazas’ […] el origen de muchas ‘malezas’ está asociado a su dispersión en las migraciones humanas, en parte porque estas eran plantas utilizadas por los humanos en la alimentación”.

Rapport también señala: “La simplificación de los sistemas productivos ha llevado a la pérdida de biodiversidad. El conocimiento tradicional sobre las plantas útiles se ha ido perdiendo. Debemos volver a aprender acerca de las plantas que podemos utilizar en la alimentación”

Dirzo enfatiza en la importancia de la agrobiodiversidad, “la diversidad de especies está asociada a los paisajes agrícolas, es decir, la diversidad biológica y la diversidad cultural están relacionadas”. Es decir, el hombre ha sido históricamente factor de incremento de la riqueza biológica.

SISTEMA ABERRANTE
Exequiel Ezcurra subraya la “degradación de la alimentación y problemas de obesidad y enfermedades asociadas a una mala nutrición, cuando las plantas silvestres tienen el potencial de mejorar la alimentación humana”.

Esto, porque “el sistema agroalimentario es aberrante; un ejemplo es el uso de cultivos forrajeros, que compiten con cultivo de alimentos, y que se usan para alimentar ganado. La ganadería en su origen utilizaba plantas que los humanos no podían consumir directamente o desechos de la alimentación humana”.

El conservacionista añade: “no podemos hablar de que hay una crisis de la producción agroalimentario en México si 60 por ciento del maíz producido se destina a alimentar vacas o puercos y 100 por ciento de la pesquería de sardina sirve para alimentos balanceados de pollos y cerdos”.

Un aspecto central del problema “es que la mala distribución de alimentos está asociada a la desigual distribución de la riqueza”, puntualiza.

Jardel, el moderador, añade: “la evolución biológica y la evolución cultural han conducido a la diversificación de la biota y de las culturas, pero en el mundo de la globalización se tiende a la homogeneización, la uniformidad y la pérdida de la diversidad. La política agrícola se ha centrado en los monocultivos, ignorando la biodiversidad. Esta política agrícola está orientada hacia los intereses de las grandes multinacionales agroalimentarias que hacen negocios con la agricultura de altos insumos”.

Y lo que viene no es alentador: “Para el año 2050 se prevé que la población mundial alcanzará diez mil millones de seres humanos, lo cual implicará la necesidad de aumentar la producción de alimentos y otras materias primas derivadas de la agricultura. Además, en muchos países están cambiando los patrones de consumo, aumentando la demanda de productos como carne, cuya producción demanda grandes extensiones de tierra, al mismo tiempo que se incrementa también la producción agrícola de biocombustibles derivados de la producción agrícola”.

Hoy, cinco mil millones de hectáreas están bajo usos agropecuarios, es decir, “están cubiertas por cultivos agrícolas o pastizales, cuya extensión es ahora mayor que la cubierta por bosques. Representan 38 por ciento de la superficie terrestre”. En la última década se perdieron 13 millones de hectáreas de bosques en el planeta, algo así como un bosque La Primavera –el área natural protegida más famosa de Jalisco- al día, o un país del tamaño de Nicaragua completo, por año.

Lo más complicado es cambiar el modelo agroempresarial fundado en ese esquema de depredación. Y podría hacerse tarde para lograrlo.

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Claves

Más datos

La “revolución verde” impulsó la alta productividad a través de los monocultivos (se rompió el esquema de cultivos asociados y rotación) potenciados con semillas mejoradas -luego llegaron los transgénicos-, y carga de fertilizantes de toxicidad diversa que atacaba las “malas hierbas” y los organismos animales asociados –considerados plagas-. Este esquema implica una enorme industria que protege la exclusividad de sus productos, aunque muchos de ellos derivan de la riqueza genética lograda por las revoluciones agrícolas del pasado

“La producción alimentaria mundial está asociada a problemas ambientales críticos como la sobreexplotación de acuíferos y la alteración de ecosistemas acuáticos por la desviación de agua para riego, la contaminación con fertilizantes, insecticidas y herbicidas, la erosión y la degradación química de suelos, la demanda creciente de combustibles fósiles para su uso en la maquinaria agrícola, la deforestación por la conversión de bosques a áreas de cultivo y en los mares la declinación o agotamiento de las pesquerías por sobreexplotación, y es actualmente un componente crítico del cambio ambiental global”

“Desde los años sesenta hasta el año 2000, el uso de fertilizantes nitrogenados aumentó casi 7 veces y el de fertilizante con fósforo creció 3.5 veces, mientras que la superficie con riego creció 1.7 veces. Esto, junto con el uso de variedades de cultivos de alto rendimiento, permitió que la producción agrícola creciera más rápido que la población. Sin embargo, esto se logró a un alto costo ecológico y algunos autores consideran a la agricultura como la amenaza ambiental dominante en el planeta”

Con estas tendencias, “será necesario lograr la duplicación de la producción agrícola, con lo cual, con las técnicas actuales, aumentaría tres veces el uso de fertilizantes, dos veces la superficie irrigada y crecería en un 18 por ciento la superficie bajo cultivo, todo esto con un creciente impacto sobre los ecosistemas naturales remanentes y el medio ambiente humano”

Uno de los impactos más críticos de la agricultura “es la contaminación generada por el uso de insecticidas, herbicidas y otras sustancias usadas en el control de plagas, enfermedades y plantas que compiten con los cultivos […] en los Estados Unidos la producción de plaguicidas pasó de 56 millones de kilogramos en 1947 a 290 millones en 1960; para el año 2000 había aumentado a 550 millones de kilogramos anuales y la cifra para todo el mundo fue cuatro veces más alta”

FUENTE: Enrique Jardel Peláez, Cucsur-UdeG

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