En privado. LA PECAS
Jaguar hembra de la costa de Jalisco
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO
El 30 de noviembre de 2007, la comunidad indígena nahua de Santa Cruz del Tuito, en Cabo Corrientes, Jalisco, se vistió de fiesta ante la boda de su mayor celebridad: una hembra fiera y de piel tersa, tal vez un poco estrábica, pero decididamente rutilante y sensual según la larga historia de la imaginería de lo exótico que ha dominado al mundo occidental.
Casi cinco años después, con dos camadas de críos muertos, la ruptura era inevitable: la necesidad de un heredero –muy en boga entre la nobleza o las élites de cualquier parte- hizo que el viejo Heracles, el jaguar macho de unos doce años de vida, le fuera retirado a la Pecas, la felina de piel moteada.
Ayer, la famosa pantera ha recibido su segunda oportunidad, pues ha llegado a sus aposentos al jovencísimo lucky (¿tendrá la suerte?), otro macho que apenas rebasó dos años de edad y se espera le dé los hijos que demanda la estirpe, con la dudosa tarea de repoblar estos parajes selváticos del litoral.
La Pecas no es, de cualquier modo, un pasaje menor en la vida de las difíciles relaciones del hombre con otras especies: ha motivado uno de los proyectos de conservación más interesantes de la zona, la unidad de manejo y conservación de vida silvestre (abreviado a Uma) en las selvas de Bioto, manejado por los indígenas, que se ve a contrapelo de la ten-dencia de destrucción de la naturaleza en que está inmersa la región por causa del desarrollismo estatal y privado.
Es un planteamiento ambicioso, que ha recibido financiamiento público –siempre en cantidades inferiores al valor real de los servicios que pres-tan los ecosistemas a la sociedad humana-, y cuya cristalización implicaría la reproducción de venados, de aves psitácidas –el loro y su parente-la, otros perseguidos que han sido puestos al borde de la extinción- y de mamíferos menores, en busca de permitir restaurar las cadenas alimen-ticias que culminan en el gran tecuani, el que “mata de un salto”, el que estremece la selva con el rugido que nace de la vibración del hueso hioides unido a su alargada laringe, característica que sólo tienen las panteras, los felinos mayores.
La Pecas nació en el verano de 2003; su madre fue asesinada por cazadores furtivos y la pequeña felina de ojos bizcos fue rescatada por don Gilberto Rodríguez, un anciano aborigen, que resistió la tentación de los compradores de Puerto Vallarta y la cedió para la Uma, que asesorada por el ingeniero forestal Gonzalo Curiel Alcaraz, ha logrado sobrevivir pese a la precariedad presupuestal.
La creación de su albergue fue lo más importante: un predio de bosque tropical de 11 mil metros cuadrados, totalmente enmallado, con un arroyo en medio, piedras para ocultarse, afilar sus garras y hacer sus ritos lejos de la mirada de los hombres. Allí recibió a Heracles en 2007 y procreó las dos camadas fallidas.
La Pecas actualmente no se deja ver, aunque recibe puntualmente su dotación de carne fresca. Se ha vuelto arisca, como si quisiera regresar al mundo de que fue arrancada. Pero su leyenda no deja de crecer, como testimonio del viejo reino de la naturaleza que parece condenado bajo el peso de los humanos intereses.
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