lunes, 5 de abril de 2010

De los caciques al American dream




La tala de madera en la parte poblana del Citlaltépetl ocasionó agotamiento del agua. Los vecinos del occidente aprendieron con dureza “los límites del crecimiento”.

Ciudad Serdán, Puebla. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO, edición del 4 de abril de 2010. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS

Se llamaba Federico Hernández Cortez y era el amo de las comarcas del Citlaltépetl en la ladera poblana. Presidente del comisariado ejidal en San Juan, hizo del corte de madera, de su aserrío y su comercialización el modus vivendi de estas comunidades campesinas, y llegó a tener tal control que al canzó la presidencia municipal de Chalchicomula de Sesma en 1949.

No era un cacique cruento, ni lo necesitaba. Su palabra era ley; los campesinos de San Juan se dedicaron al “dinero fácil” de sangrar el bosque para su aserradero de Ciudad Serdán y la fabricación de carbón, mientras a los vecinos de San Francisco Cuautlancingo les entregaba parcelas para que se dedicaran a la agricultura, con menores rendimientos en corto plazo.

“Es un señor que surgió después de las haciendas y repartió toda la tierra y controlaba la tala; la gente se metía al monte a tumbar, solamente algunas veces entraban soldados y les metían sustos […] pero el cuartel estaba en Serdán y él había sido presidente, ya sabrá si los podía controlar”, recuerda don Ramiro Vázquez Marín, de 63 años.

En el bosque espeso del volcán y de la Sierra Negra, además de tumbar grandes oyameles y pinos, metían ganado. La montaña era el agostadero, lo cual daba al traste con la regeneración natural, pues entre vacas, chivos y borregos todo lo arrasaban. Los animales silvestres fueron exterminados o terminaron por irse. Los años eran “llovedores” y, por eso, los campesinos poco se inquietaban con la deforestación, recuerda el agricultor. Había buenas cosechas de papas, chícharos, habas y maíz.

La papa fue tan exitosa que comenzó a aumentar su frontera a costa de la floresta. Las primeras cosechas fueron ubérrimas, atestiguan Juan Guarneros Zamora, secretario del ejido Miguel Hidalgo, y Francisco López Vázquez, presidente de San Miguel Zoapan, del vecino municipio de Tlachichuca. Después se desplomó, primero el precio, luego el suelo empobrecido por el monocultivo y el uso de fertilizantes.

“Aparte de que se erosionó, vinieron las plagas; nosotros no sabíamos controlarlas y acabaron con todo […] Ya sin árboles, dejó de llover como antes”, señala don Pancho. Secunda Juan: “Saturaron el mercado de la papa sembrando en todas partes; cuando nosotros bajábamos a vender, los mercados estaban llenos y no había precio, no salían ni los gastos y muchas tierras se quedaron sin cosechar, la gente se desesperó y se comenzó a ir…”.

El agua se hizo un bien escaso y algunos políticos lo aprovecharon. Cuentan en Ciudad Serdán que el alcalde 1993-1996, Sergio Vázquez Martínez, evitó una gran obra de agua potable que pagaba el gobierno del estado porque eso afectaba su negocio de pipas, que monopolizaba el municipio con la concesión de dos pozos profundos. La obra se fue a Tlachichuca y los vecinos de Chalchicomula lo siguen lamentando.

En 1955 comienza la migración a Estados Unidos. En 1980, la salida se hizo un raudal y en el primer decenio del siglo XXI es un fenómeno consolidado: hoy, muchas de las aldeas de esta vertiente occidental de la mayor montaña de México tienen a la mitad de los parientes en las entrañas del imperio americano: Nueva York, San Francisco, Los Ángeles. Otros sólo pueden costearse un viaje temporal a Puebla, Tlaxcala o la Ciudad de México.

Eugenio Vázquez Espinoza, representante de los maiceros de San Francisco, narra su historia: “Crucé la frontera por Ciudad Juárez pagando 25 mil pesos, tenía 23 años y ya era papá de mi chavo que ahora tiene 16 […] Primero llegué a Nueva York; trabajé casi tres meses como repartidor de comida, era muy poca la paga y era peligroso: había que chambear de siete de la noche a tres de la mañana en invierno, y luego en bicicleta […] Un amigo me dijo que estaba mejor San Francisco y me animé. Viajamos en camión desde un miércoles por la noche hasta un domingo, y ya me quedé el resto del tiempo, trabajando de carpintero”.

Muchos no regresan. Los hijos de los más descuidados probablemente ya no hablen español. Otros van y vienen, pues el terruño llama. El caso es que la economía local gravita ya en torno a lo que mandan los transterrados; los que se quedaron luchan por recuperar las grandes umbrías y sus más que nunca valiosos servicios ambientales.

Así, cuando por fin el gobierno federal se decidió en 2004 a comenzar a administrar y gestionar el parque nacional Pico de Orizaba, creado en 1937, los moradores de la sierra vieron una oportunidad. No sólo lograron crear empleos durante los meses muertos entre la siembra y la cosecha, abriendo caminos, brechas cortafuegos, reforestando y construyendo “tinas ciegas” para contener la erosión. Lentamente han visto además que ésa es la respuesta necesaria para que sus manantiales vuelvan a brotar. Ni qué decir de su actitud frente a los talamontes que se siguen colando desde el lado veracruzano: los persiguen y detienen, con todo y los riesgos de enfrentar a hombres armados.

También han pasado al control de la ganadería, sobre todo de borregos, que ya es en 70 por ciento de corral y, con todo y las amenazas de algún irritado ganadero empistolado, entendieron que la montaña no es, no debe ser, “tierra de nadie”.

Don Federico Hernández, cacique bondadoso para los parámetros de su época, murió hace menos de 20 años con su herencia de destrucción en los viejos bosques. Hoy, sus pueblos buscan conjurar la extinción a la sombra del volcán.

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El señor del Citlaltépetl

Se llama Hilario Aguilar Aguilar. Es difícil que exista un humano vivo que haya ascendido en más ocasiones a la cumbre del Citlaltépetl, la mayor del país: lo hace desde que tenía trece años de edad, y acaba de pasar los 56. Es su profesión, su ciencia, su pasión, su religión y su arte. ¿Tal vez 300 subidas? No hay registros, ataja con modestia.

Es poblano, nativo de Ciudad Serdán, cabecera de un municipio de barroco, casi abigarrado nombre, que remite al sagrado jade y al legendario Quetzalcóatl: Chalchicomula de Sesma. Su complexión es más bien robusta; las canas ya pueblan sus cabellos y las arrugas evidencian una vida no exenta de dureza. Nada más alejado de la estampa clásica de un aristocrático deportista de las alturas. Pero su plática revela a los extraños que no se necesita ser un Edmund Hillary, un George Mallory o un Reinhold Messner —célebres conquistadores del Everest— para alcanzar los rincones más cercanos al cielo.

Cada fiesta de la Virgen de Guadalupe en su pueblo —“que de tan grande nos lo hicieron ciudad”, Arreola dixit—, el ejercicio lo realizan desde cien hasta 400 feligreses, muchos en puro huarache, pero varios genuinos alpinistas. Tres de cada diez hacen cumbre, para depositar brevemente en el cráter la rosa de plata forjada en Amozoc, en honor a la patrona celestial, ofrenda que luego regresan a la tibia urna de su iglesia.

— ¿Es usted la persona viva que más veces ha llegado a la cima?

— Pues no se tienen antecedentes, ni hay un libro de registro…

— Pero la tradición de subir hasta la cumbre no tendrá ni dos siglos…

— Mmm, no, lo primero que se documentó fue con la intervención americana [1847], aquí estuvo acampando el ejército, vieron el nevado y lo subieron.

— ¿Podría ser ese el primer registro?

— Sí, pero también en esta región anduvo Quetzalcóatl […] se supone que desde ese tiempo se subió. hay una leyenda de que cuando murió, sus cenizas fueron colocadas en la cumbre, y fue cuando apareció Venus, el lucero del atardecer, el cerro de la estrella, Citlaltépetl…

De niño, Hilario se dedicaba a repartir pan en bicicleta. “Me llamaba mucho la atención cómo recibían a los alpinistas cada 12 de diciembre en la iglesia, todos llenos de polvo y algunos hasta revolcados, y quise ir […] mi papá nunca subió al volcán y no sabía nada de él, y aparte, los chavos con que iba tenían fama de relajientos, pero le dije a mi papá que mejor me diera el permiso, que si no me iba a salir así […] afortunadamente sí se pudo, y desde entonces andamos”.

Año con año, los motivos para subir eran múltiples. Las vacaciones de Semana Santa, el Grito de la Independencia, el 12 de diciembre. Luego se integró a clubes de alpinistas y se hizo guía, aunque se sostiene de una tienda que tiene en el pueblo. El alpinismo es un hobbie que le ha permitido remontar otros colosos como el Iztaccíhuatl o el Chimborazo, en Ecuador, el mayor volcán de la tierra.

En medio siglo, ha sido testigo de la devastación de los bosques del Pico de Orizaba. También del retroceso de sus glaciares. La nieve que cayó este invierno no tiene parangón desde que conoce la montaña. Su orgullo es vivir en sus laderas en tiempos de destrucción de la naturaleza y calentamiento global.

1 comentario:

Dolores Reséndiz dijo...

Me voy a poner al día en la lectura de tus reportajes. Te quiero