viernes, 19 de mayo de 2017

Historias de muerte y vida entre los llanos rulfianos



Esta es la historia del médico más famoso de la región del Llano en llamas, quien con 90 años a cuestas, recuerda su amistad lejana con el autor de Pedro Páramo y su épica personal en una región abandonada.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

Hace setenta años, la modernidad irrumpió a trompicones en el viejo Llano grande ('El llano en llamas'). Lo recuerda uno de sus protagonistas: el médico Mónico Soto Grajeda, quien llevó un ejercicio pionero de la medicina como un apóstol entre paganos a este remoto espacio aislado del sur de Jalisco, que en los años 40 y 50 del siglo XX aún era territorio de caciques explotadores, de pobreza e ignorancia, de ríos desbordados, de fanatismo religioso y de hombres rudos y silenciosos.

"La vida era muy difícil; en el suelo se cultivaba el maíz, era lo que más se cultivaba, los caminos era de tajo, con burros y con bestias sacaban los alimentos; azúcar y sal, venían de Ciudad Guzmán, de Autlán; trocas no había, el primer camión que entró aquí fue en 1922, lo traía Rito Soto, tío mío [...] lo mataron en San Gabriel porque era liberal. Y él también trajo el primer piano, gustaba de la música, enseñó a tocar el piano, se formó una orquesta que daba las serenatas por 80 pesos la hora; la luz, cuando había corriente, se iba a las once de la noche y el pueblo quedaba a oscuras, es cuando aprovechaba uno para sacar vino y contratarla...".

El médico, quien gozó de la amistad de Juan Rulfo, habita en la sonriente población de Tonaya, la orilla poniente de la áspera planicie marcada por el río Ayuquila y sus afluentes, entre los que destaca el Tuxcacuesco, esa toponimia azarosa que forma parte de las primeras versiones del mítico Pedro Páramo.



"En 'Diles que no me maten' [en realidad se trata de 'No oyes ladrar a los perros'], hay como una referencia de mí: 'miren viene un enfermo, ah no, camínenlo, llévenlo a Tonaya, ahí hay un médico'; creo que se puede referir a mí, en esos años yo atendía a todos, era el único doctor...", subraya.

Egresado de la Universidad de Guadalajara, formó parte de la generación 1947-1953, considerada por muchos conocedores como "la época de oro de la medicina". Don Mónico salió de la región al terminar la primaria, y regresó con el título de médico general, quince años después. Su cédula profesional 63865 le fue otorgada en 1957. "Desde 1953 hasta 1960 fui el único doctor; ya en el 60 comenzaron a llegar otros; todo el pueblo se atendía conmigo, y yo me surtía de las farmacias Levy o Guadalajara, incluso el dueño de éstas, Roberto Arroyo Chávez, que ya está muerto, fue compañero mío...".

De esas aventuras y reflexiones llena este relato. Lo ha hecho cuando tenía 89 años y ahora pasa de 90, diez abajo del célebre escritor que sirve de leitmotive de esta conversación con MILENIO JALISCO, a caballo entre los 60 años de la publicación Pedro Páramo y el centenario del orfebre, en este mayo solar de 2017.

Tierras remotas

La vida de un médico rural. Sin infraestructura, "lo complicado era el traslado; todo de hacía en bestia, iba a los pueblos y rancherías para atender enfermos y partos [...] hoy todo se quiere resolver con cesáreas, y es sólo para sacar dinero a la gente, porque en 90 por ciento no hacen falta; aquellos partos eran de un estoicismo bárbaro, partos en las rancherías donde estaban los parientes, los tíos, los primos y demás, y ahí todos veían el parto como algo natural [...] llegar a Apulco, la hacienda de los Rulfo Vizcaíno, era pasar con el río crecido, pero allí se instaló un pequeño centro de salud donde atendía partos mucho tiempo; había muchos lugares más lejanos: en una ocasión llegué hasta la cima de Cerro Grande, La Pasión, y eran siete horas a caballo; esta lejísimos, tenías que pasar Tuxcacuesco y de ahí seguir una subida".



- Era realmente algo parecido a un apostolado...
- Sí, realmente es difícil describirlo actualmente; alguna vez hice un trabajo sobre mi labor en las zonas rurales y lo presenté en la UdeG; les llamó mucho la atención, ciertos casos que creían imposibles: cuando me casé, en 1955, me fui de luna de miel y al regresar, ya me estaban esperando en una ranchería; yo no quería, venía cansado, hasta que uno de los hermanos Michel, de aquí, me dijo, vamos Mónico; cuando llegué a Los Ranchitos, la señora ya se había aliviado, el niño estaba de fuera, con la placenta y le tuve que cortar el cordón, que estaba ya como chicharrón; me traje a la enferma a Tonaya para sacarle la placenta, yo creyendo que se iba a morir, pero no, tenían una resistencia bárbara...".

Don Mónico es uno de los personajes ilustres de Tonaya. Ha dejado la práctica médica por la edad avanzada, y vive con su pareja, una mujer que lo apoyó durante 25 años como asistente, tras su matrimonio. Algunos lo consideraban malhumorado, enérgico, pero se trata de un anciano afable, que se disculpa constantemente por su "mala memoria", y que cree que la práctica médica cayó en poder de comerciantes de la salud con pocos escrúpulos. En cierto modo, también es un personaje rulfiano, librepensador que se ha ganado el respeto de curas –trabajó de cerca con algunos, pues la asistencia de los enfermos acompañaba al sanador del cuerpo y al del alma- y cuyo nombre ostenta la casa de la cultura de su municipio natal.

"Hubo un padre, Salvador Vargas, de Apulco; con él caminé a Los Amoles y a otros ranchos; yo tenía buena voz y él también; no es por presumir, a le gustaba la música yucateca, como Caminante del Mayab, y siempre llevaba un pistolón [...] fuimos buenos compañeros, pero estábamos en partidos distintos : el gritó una vez fuera del templo: ¡si Benito Juárez no está en el infierno, es que el infierno se hizo para tostar calabazas! Siempre han odiado a don Benito y yo soy admirador...".

- Como liberal, una relación interesante con la iglesia católica...
- Mucho, no dejan de visitarme y yo nunca me he retirado de ahí [...] incluso por aquí pasan peregrinaciones y dicen, vente Mónico, y una vez me metí en una, con todo y mi fama.

Su voz ya perdió consistencia, su mirada brilla en sus ocasionales parpadeos y su delgadez enjuta parecería la vestimenta ideal del viaje hacia la tumba, pero un hombre que ha estudiado la vida y la ha defendido en condiciones extremas, no se resigna. Su memoria desigual es la barca que lo mantiene titubeante en el mundo de los vivos. Don Mónico platica sobre sus pequeñas épicas de una región rural que vibra como el famoso poema de Apollinaire: "El amor se ha vuelto malvado / Qué se aviven las llamas de la hoguera / Mi alma se desnuda bajo el sol / En el llano han brotado llamas / Y nuestros corazones penden" ("La hoguera", 1911).

Milagros extremos

Los casos extremos son notables, incluso contados por la voz de un espíritu escéptico y positivista. "Llegué a atender partos increíbles; recuerdo una vez que me llevaron a El Palmar, con los Camberos, a un lado de Tuxcacuesco, de tres a cuatro horas a caballo; llegué y a la enferma, que había parido, le sentían como una pelota en el estómago, me dijeron que no le había salido lo demás, pero no era lo demás, no era la placenta: era otro niño que nació al siguiente día...".

- ¿Sobrevivió ese niño?
- Sí, perfectamente. Hoy inventan pretextos para cobrar por operaciones, que traen cordón enredado y tonterías que inventan, y estos sí fueron casos tremendos. Y no se me olvida porque además, nunca me pagaron todo: les cobré 150 pesos, y me dieron 50 o 100.

El mundo real del que se alimentó la imaginación trágica de Juan Rulfo, cuyo centenario se cumplió esta semana, no es demasiado alejado de los viejos habitantes atormentados, y enredados en el pensamiento mágico.

"Había distintas variedades de lepra, yo lo estudié con el doctor Barba Rubio, y en el rancho de Los González le tenían miedo a las pitayas porque había unos leprosos por ahí, que no eran contagiosos, sino lepromatosos, y se pensaba que esa fruta podía contagiar [...] habían niños que nacían de tres o cuatro meses, y estaban deformados, y decían: tuvo un animal; Mónico va a ver, y no, eran niños que nacían con el hígado o la cabeza más grande, y que a veces no parecían gente humana; oye, ve a ver al difunto porque se siente que respira, y ahí va Mónico, pero iban mas con la ilusión de que viviera, estaban bien muertos...".

- La medicina se abrió camino entre muchas ideas populares.
- Y entre mitos, mitos.

- ¿Era el mundo de Juan Rulfo?
Si, y Juan Rulfo platicaba mucho conmigo. Incluso cuando fui director de la secundaria le hicimos un pergamino, lo invité y me dice, no puedo, ando en Alemania, y ya vino su hijo Carlos a recibirlo; nos tratábamos de tú a tú, nos decíamos Moniquillo y Juanillo [...] yo lo invitaba a la casa, se dice que el Indio Fernández lo enseñó a beber, pero fíjate que nunca lo llegue a ver tomado, ni un día; pero se le veía cara de triste, a su papa Nepomuceno lo mataron aquí, atrás de ese cerro [señala hacia la parte baja del llano, a las orillas del río Armería], y fue un muchacho de Tolimán, porque como hacendado era muy duro; el motivo fue que una vez se lo cuereó, y este, borracho, lo anduvo cazando y lo mató.



La pérdida de la madre y la soledad completan el cuadro de melancolía que rodea el aura del famoso creador. Su médico, en cambio, siempre fue un hombre de acción.

"Yo ya no ejerzo, y fue apenas en agosto de 2014; a mí me decían, ya retírate Mónico, y yo como si nada, hice baquetonada y media, maté a varios, por eso compré un lote grande en el panteón, para que no me griten ahí", señala festivo.

No obstante, se defiende: "aunque los fracasos no los presenta uno, debo decir que nunca se me murió un paciente, nunca, tuve una gran suerte; ahí el de arriba es el que manda, me ayudó la experiencia en el Hospital Civil de Guadalajara

- ¿Nunca renunció al deber, nunca dijo no voy, es peligroso?
- Ah no, no; yo tuve una camioneta Ford 1970 y la llegué a llevar al río, con el agua hasta el cofre: a ver si no se apaga, pero entre la necesidad y que uno es más joven, se arriesga; llegaron a venir por mí en caballos que en lugar de estribo tenían soga, luego andaba con la pata torcida por caminar en la noche; eran tragedias tremendas, pero al llegar al rancho luego luego se veía la alegría de la persona enferma...

- ¿Por qué se decidió por la medicina?
- No sé. Algunos compañeros querían ser médicos, pero al llegar a la sala donde teníamos los muertos se salieron y ninguno estudió medicina; a mí me gustó no sé por qué. El primer día que salí de los muertitos no comí, olía a puerco muerto [...].

Es que "después se impone uno", agrega Mónico, impasible: "si ha de ser nuestra vecina, tenemos que aprender a mirar a la muerte...", remata, meditabundo.

SRN


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