En las montañas nubosas de San Sebastián del Oeste, cerca de la costa de Jalisco, un antiguo talamontes se integró a la sustentabilidad por medio de la silvicultura y el ecoturismo.
Agustín del Castillo / San Sebastian del Oeste. MILENIO JALISCO.
El apellido Lovera está íntimamente ligado a los bosques de San Sebastián del Oeste, densas y vaporosas umbrías que se extienden como tapete verde herrumbroso sobre montañas de hasta 2,650 metros de altura sobre el nivel del mar, en la proximidad de Puerto Vallarta.
Esta alfombra es rasgada por barrancas milenarias talladas pacientemente por los ríos que descienden hacia la costa; en sus entresijos se desarrolla vida multiforme, favorecida por la variación altitudinal y las brisas marinas que remontan la muralla orográfica del sur de la bahía de Banderas. Selvas tropicales, bosque mesófilo de montaña y ocotales entre neblinas, pueblos vetustos, minas abandonadas y aserraderos. El mundo de los Lovera fue redescubierto hace casi 20 años.
El padre, don Amado, llegó del Estado de México en los años cincuenta del siglo XX, tras casarse con una nativa que como tantos, huyó de la marginación serrana a la pujante Guadalajara; a lomo de caballo conoció la sierra y comenzó adquirir propiedades a bajo costo, pues las tierras olvidadas no suelen tener valor ante el mercado. Algo sucedió, que a seis décadas, los herederos del pionero han recibido del presidente de la república, Enrique Peña Nieto, el Premio al Mérito Forestal.
“Mi padre trabajaba con una industria michoacana, los latifundistas los contaban en aquella época con los dedos de las manos; Longinos Vázquez en la costa de Jalisco y otros más […] trabajando para una empresa grande, mi padre vino a buscar sitios aprovechables, a contratar montes para su patrón, montes de pino ocarpa y otras especies resineras; la madera no les interesaban porque en Michoacán tenían montes cerca y los costos se hubieran disparado. Estos eran bosques cerrados, de viejo crecimiento, con diámetros de 1.20 metros que todavía puedes ver en las zonas inaccesibles. Don Amado empieza a contratar y por su cuenta a comprar, y abre la primera industria de la región en los años cincuenta; las gentes [sic] decían desde entonces: llegó don Amado y cambió el clima, jajaja”.
Ríe autoindulgente Alejandro Lovera Ruiz, hijo del fundador, y socio de la unidad de manejo ambiental y conservación de vida silvestre (abreviado a Uma) Potrero de Mulas. Antes de que se propusiera la protección de la naturaleza de estas sierras, “nos decían los talamontes”, y como resulta lógico en un drama de ese corte, el talamontes es opositor de conservar: los propietarios como Lovera ejercieron presión para que el gobierno federal desistiera de emitir un decreto de reserva de la biosfera a finales de los años noventa. Lo veían como el fin de su modo de vida y la extinción de sus derechos.
15 años después, la percepción se ha matizado. El gobierno federal rescató un decreto de protección de cuencas de la época de Miguel Alemán, lo reconvirtió a área de protección de recursos naturales, y relanzó la iniciativa, con menos restricciones en el aprovechamiento de los bosques, lo que disminuyó la aspereza. Pero los dueños, al menos en lo que atañe a los socios de Potrero de Mulas, habían cambiado.
“Yo sabía que esta iniciativa iba a regresar, y me dije, o nosotros nos encargamos de demostrar que podemos hacer silvicultura y aprovechar nuestros bosques con conservación, o nos lleva la fregada”. Entonces integraron 3,781 hectáreas y establecieron una Uma, que es un esquema de protección voluntario sujeto al cumplimiento de lineamientos oficiales. Junto con otras superficies familiares comenzaron a desarrollar un proyecto de diversificación productiva: no sólo mejorar el esquema de aserrío y aprovechar el bosque con programas de manejo bien establecidos; no sólo cuidar la regeneración de las zonas de corta y atender los impactos al suelo, a la flora y la fauna; no sólo cortar la madera en rollo para abastecer al mercado externo.
No. El aserradero, que se encuentra a unos metros del pequeño poblado de La Ermita, corta la madera, la hace tablones, tiene una estufa y una carpintería. Se hacen muebles de todo tipo y se hacen jaulas para el trampeo e animales, pues la Uma tiene entre sus misiones el monitoreo de la fauna para garantizar su permanencia. Al otro lado de la carretera, en la finca de Lovera, vive en una jaula un macho puma, Pancho, felino que nació en Nayarit y fue rescatado de una aldea donde se había convertido en mascota peligrosa; su albergue definitivo está en construcción.
Pero hay que tomar la ruta hacia Vallarta, y apenas un par de kilómetros abajo, en La Estancia de Landeros, doblar a la izquierda. Una brecha irregular conduce a una zona espectacular donde hay construidas un conjunto de cabañas y en medio, un estanque. Del predio parte una vereda de 1.5 kilómetros a pie que, a lo largo de un río, permite reconocer las especies del bosque mesófilo de montaña, uno de los ecosistemas más ricos y amenazados del planeta.
A un lado de las cabañas, algunos atardeceres ruge una pantera; es el jaguar Selva, también recuperado, pero de un rancho de Zapopan, junto a su hermano Lucky, quien vive algunas decenas de kilómetros al suroeste, en las selvas de Cabo Corrientes. Montaña arriba se construyen dos grandes confinamientos que albergarán a los gatos, y se pretende sea un centro de estudio y reproducción de Puma concolor y Panthera onca, felinos amenazados por la creciente destrucción de estos bosques.
A unos metros de las cabañas se extiende un área de acampar con todos los servicios.
“Los caminos, los primeros los hicieron los madereros, para poder ingresar sus carritos; no había motogrúas, toda la madera se rodaba por carriles de arrime, pero sí tenían que hacer las brechas de extracción […] cuando el señor José Rogelio Álvarez Encarnación era secretario en el gobierno de Agustín Yáñez, se echó la primera carretera y le dio la vuelta hasta Puerto Vallarta, yo lo conocí, ha salido gente muy pensante de esta zona”, añade don Alejandro.
“Él hizo la primera brechita y atrás de él entraron los madereros, mi padre y mi tío, y empiezan a explotar estos montes que en su momentos estaban vírgenes”, recuerda.
A su juicio, la prueba de que han sabido manejar el bosque es que estos permanecen, renovados, tras décadas de extracción
“La industria forestal es lo que nos ha permitido invertir en los servicios ambientales y al ecoturismo, aunque esto no paga todavía; esto se mantiene de la madera, pero va a llegar el momento en que la cosa mejorará […] montamos un laboratorio de tejidos para la reproducción de helechos arborescentes y otras especies en peligro; la Ley de Vida Silvestre me pide que asegure la reproducción y te abre a la venta especies en peligro de extinción”, explica.
Don Amado, quien abrió la dinastía Lovera en estas montañas de verdor raído y esplendores fantasmales, ya murió, pero su herencia busca permanencia.
:CLAVES
LA RESERVA PREMIADA
La Uma Potrero de Mulas inició como una propuesta alternativa ante el fallido proyecto de decreto de una Reserva de la Biosfera en San Sebastián del Oeste, Jalisco; incluye predios propiedad de la Familia Lovera, constituidos en el conjunto predial Potrero de Mulas, con 2,738 hectáreas en manejo
Su fundador es el pequeño propietario Alejandro Lovera Ruiz, y su prestador de servicios técnicos es el biólogo Juan Pablo Silva Castañeda. El buen manejo y la coexistencia armónica de aprovechamiento forestal sustentable y con valor agregado, y conservación de la naturaleza le valió el Premio al Mérito Forestal 2013, que entregó el presidente Enrique Peña Nieto el 10 de julio de este año
La superficie tiene amplia variación de ecosistemas: entre los más valiosos está el bosque mesófilo de montaña, tan rico en densidad de especies como la selva húmeda, pero en trance de desaparecer ante el calentamiento global
La vocación original de la Uma es “ecoturismo con actividad cinegética”, pero en 2008 se optó por eliminar como parte de los servicios de la Uma la actividad cinegética. Posteriormente, ya exclusivamente en el ámbito de conservación y monitoreo, se incluyeron especies como venado cola blanca, pecarí, jaguar, puma, tigrillo, ocelote, pavo y diversas especies de flora en peligro de extinción, como el helecho arborescente y el Pinus jaliscana
Históricamente los predios que conforman la Uma Potrero de Mulas habían tenido un uso y aprovechamiento que iba del resinado de los pinos, pasando por actividades agropecuarias de subsistencia, así como una ganadería de trashumancia, lo que fomentó una falta de cultura ambiental, de aprovechamiento sustentable y turística, a lo cual se sumó la alta influencia minera y extractiva prevaleciente en la zona
Los terrenos están localizados en el área de protección de recursos naturales Ameca-Vallejo que el gobierno federal tiene actualmente en consulta
No hay comentarios:
Publicar un comentario