jueves, 26 de diciembre de 2019

La Primavera, un bosque de lenta regeneración y crecientes amenazas

por Agustín del Castillo / NTR
Hace 488 años, en 1531, Guadalajara no existía. El bosque pino-encino dominaba tanto la caldera volcánica de La Primavera como todas las montañas adyacentes, mientras las encineras y bosques espinosos bajaban por la planicie hacia las barrancas con selva tropical caducifolia, entre numerosos vasos lacustres hoy borrados por el progreso. Pequeños asentamientos aborígenes y sus cultivos prosperaban en las llanuras; aprovecharon la riqueza de obsidiana producida por el volcán y erigieron civilizaciones tan complejas como los Guachimontones, en Teuchitlán.

Las florestas albergaban animales hoy desaparecidos, como el lobo y el jaguar, quizás algunos osos desbalagados desde el gran norte, pero sobre todo, una gran cantidad de fauna que hoy apenas sobrevive. 

 488 años no es un número arbitrario. Es el dato más extremo del tiempo que lleva la regeneración natural en algunos sitios del bosque La Primavera, evidencia recogida por un equipo de investigadores de la Universidad de Guadalajara (UdeG), con un sistema de monitoreo ecológico de largo plazo montado en 80 puntos de una microcuenca que cubre 40 por ciento de la superficie del área natural protegida, cuyos primeros datos se tomaron en 2006 y se han comparado con los levantados en 2017 (el proyecto se denomina Dinámica de cambio en la estructura del bosque de encino-pino de la microcuenca del río Salado, La Primavera, Jalisco, 2019). 

Es decir, los sitios de bosque con menores tasas de reclutamiento (nuevos árboles ya con diámetros consolidados que los hacen viables a largo plazo) y mayores tasas de mortalidad, hoy requieren más tiempo que el que tiene Guadalajara en existencia para completar un ciclo de renovación. Un dato que prende alarmas sobre la viabilidad a largo plazo del área de protección de flora y fauna, cuyas singularidades biológicas y geológicas llevaron a que la UNESCO la incluyera en su listado de reservas mundiales de la biosfera, y sin la cual, esta ciudad no sería posible, al menos como es.  

LLEVA MÁS TIEMPO
Hace 108 años (en 1911), Guadalajara era tan poblada como hoy lo son Ciudad Guzmán o Tepatitlán, es decir, poco más de 120 mil moradores y unas mil 220 hectáreas, según el investigador Alberto Orozco Ochoa (Área Metropolitana de Guadalajara, expansión urbana, análisis y prospectiva 1979-2045. Imeplan, 2015). Su huella directa sobre el bosque era mínima, pero ya vivía en buena medida del combustible forestal que le proveía, y sin duda, de las aguas que recargan en esas montañas, pues el lago de Chapala no se convirtió en fuente de abastecimiento sino entre 1955 y 1956.  

108 años es el tiempo promedio que requiere este bosque, de acuerdo a ese monitoreo de largo plazo, para dar paso a su “duplicación” (un promedio que, como es lógico, incluye sitios con alta regeneración, que se duplican en menos de 24 años, hasta esos sitios de 488 años que incluyen los espacios con más alta cobertura de árboles adultos). El dato parece excesivo, si se repara que un bosque analizado con los mismos instrumentos, apenas a 40 kilómetros en línea recta al suroeste, la sierra de Quila, presenta una tasa de duplicación de 74 años en promedio: 34 años menos. 

Otros bosques del mundo han sido medidos con la misma metodología: por ejemplo, los  bosques mesófilos de montaña de los Andes venezolanos presentan tiempos de duplicación de 43.2 años, y para un área tropical perteneciente a la Mata Atlántica, el Parque Estatal de las Fuentes de Ipiranga, en Brasil, esa regeneración completa se da en menos de 22 años, de acuerdo a información recopilada por el equipo de científicos.  

Para La Primavera, este estudio pionero señala que “el balance de la dinámica poblacional del bosque mostró un desequilibrio; la vida media del bosque (el momento que habrá perdido a la mitad de los árboles de la generación actual) se estimó en 30.53 años y el tiempo de duplicación en 108.64 años. La mortalidad aumentó conforme incrementó la densidad de cobertura de copa y el reclutamiento presentó una tendencia contraria”. 

El análisis de los 73 puntos con datos comparables con 11 años de diferencia (siete no pudieron ser relocalizados) analiza por cuatro tipos de cobertura la situación de cada segmento de bosque.  Los bosques abiertos, con menos de 25 por ciento de cobertura de árboles por hectárea, tienen una tasa de 1.24 por ciento de mortalidad por 2.82 de reclutamiento (por cada árbol muerto se consolidan cuatro juveniles), lo que permite una duplicación en 23.43 años. Los bosques con coberturas de 25 a 50 por ciento, tienen mortandad anual de 0.93 por 1.10 de reclutamiento (casi en equilibrio, por cada árbol muerto se hacen viables 1.1 renuevos), lo que les permite duplicarse en 63.15 años.  Los más densos: de 50 a 75 por ciento de cobertura boscosa, con 2.79 por ciento de tasa anual de mortalidad por 0.50 por ciento de reclutamiento (cinco muertes por apenas un nuevo árbol); los que tienen más de 75 por ciento de densidad forestal, registran 2.40 por ciento de mortandad anual y 0.14 por ciento de reclutamiento (15 muertos por cada nuevo árbol). 

No es que sea extraño que los bosques densos tengan menor regeneración, pues la amplia sombra no ofrece las mismas oportunidades, lo que preocupa es que su tasa de recambio es demasiado baja. ¿Se debe considerar normal que La Primavera demore más que Quila en su duplicación? La explicación es esencial porque debería fundamentar la toma de decisiones en el largo plazo, indica la bióloga Ana Luisa Santiago, quien ha liderado a los dos equipos (La Primavera y Quila) y espera que el monitoreo sea herramienta para que se deriven políticas públicas sensatas. 

La respuesta es compleja, pero si se considera que es un bosque joven (con 140 mil a 80 mil años de arranque) sobre suelos pobres que han prosperado sobre una caldera volcánica, se puede decir que se trata, sin considerar la intervención humana, de un bosque mucho más frágil que Quila, cuya “calidad de sitio” es superior para la reproducción vegetal.  Pero si a este factor condicionante se agrega la enorme presión y las destrucciones efectivas que le ha ocasionado la humanidad adyacente, sobre todo del Área Metropolitana de Guadalajara, aumenta drásticamente el riesgo para la conservación y esa exposición no la tiene Quila. Por eso, en la floresta protegida ya están en marcha procesos de extinción y de pérdida de servicios ambientales. Pero hay muchos más problemas. 

EL PELIGRO DE LA CALDERA
Si bien, los incendios forestales son el peligro más obvio o directo del bosque, el famoso arqueólogo y antropólogo Phil Weigand, del Colegio de Michoacán, refería un mapa completo de amenazas y riesgos para La Primavera en un artículo de 2007: “Para la reserva, la agresiva violación por parte de los constructores, la extensa extracción de jal, la tala ilícita y el excesivo pastoreo en algunos sectores, la desgraciada tríada de vandalismo, grafiti y basura, así como el deterioro progresivo general y la degradación, caracterizan a grandes y crecientes sectores de La Primavera”. 

Y añade: “Claramente es un área en decline, un recurso que se acaba cada día y que una vez degradado y saqueado ya no se recuperará; sin embargo, en realidad los cerros ondulantes y el bosque de hoy no son sino una delgada capa que cubre una caldera que se está erosionado y un lugar de actividad volcánica muy reciente y violenta. En general, una caldera es fundamentalmente diferente de un estrato-volcán, tanto en su geomorfología como en el tipo de actividad que caracteriza su volcanismo. Los estrato-volcanes parecen verdaderas montañas y en su mayor parte producen erupciones de lava. En Jalisco, los volcanes de Tequila (inactivo, pero no totalmente muerto) y de Colima (entre los más activos del Nuevo Mundo) pertenecen a esta variedad (…) pero los eventos piroclásticos masivos suceden más frecuentemente con las calderas” (La Caldera de Coli y su vecina Guadalajara, Phil C. Weigand, El Colegio de Michoacán). 

Es decir, además del mal manejo que la sociedad política y económica de la capital de Jalisco han dado a su área protegida, se ha ignorado casi completamente que es una zona de alto riesgo natural de desastres. Es difícil considerar que construir casas en sus cerros, invadir sus cuerpos de agua o extraer sus materiales geológicos sea lo más prudente. 

“Vivir en la orilla de una caldera semiactiva, sin importar qué tan bajo nivel, aparentemente, sea su actividad, requiere de conocimiento sobre el carácter de este tipo de volcanismo. La menor muestra de actividad renovada o incrementada dentro de la caldera o cerca de ella debería tomarse con la mayor sinceridad (…) si la caldera sufre otro evento piroclástico, los resultados podrían ser enormemente importantes, hasta catastróficos, para Guadalajara”, añade Weigand. 

CONCEPTOS DEL ESTUDIO 

Mortalidad.  Se considera como arbolado de mortalidad a aquellos individuos que en el primer inventario se califican como en estado vivo y que en el segundo inventario se califica como muerto. La tasa anual de mortalidad está expresada en porcentaje 

Vida media del bosque. Se refiere al tiempo necesario para que la población en la muestra inicial disminuya a la mitad, si la tasa actual de mortalidad se mantiene constante y la expresión se interpreta en años 

Reclutamiento. Se define como arbolado de reclutamiento a los ejemplares que en el primer inventario no hayan alcanzado un diámetro normal y que en una segunda medición el individuo haya alcanzado o superado dicho parámetro 

Tasa anual de reclutamiento. Estima la incorporación de árboles por sitio de muestreo 

Tiempo de duplicación.  Se explica como el tiempo transcurrido para que la población se duplique, si se mantiene presente la tasa de reclutamiento y se expresa en años. 

Fuente: Dinámica de cambio en la estructura del bosque de encino-pino de la microcuenca del río Salado, La Primavera, Jalisco, 2019, de Ana Luisa Santiago y otros expertos, CUCBA UdeG

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