viernes, 3 de abril de 2015

Felices vacaciones sin salir de la ciudad



Jueves de entretenimiento para los que no se fueron de vacaciones de la metrópoli por problemas económicos o por necesidades laborales; el erario puso su parte

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO

Es cierto lo que dijo Mario Vargas Llosa: “…Nos han deparado el privilegio de convertir el entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana y el derecho de contemplar con cinismo y desdén todo lo que aburre, preocupa y nos recuerda que la vida no es sólo diversión, también drama, dolor, misterio y frustración”, pero para acabar pronto, a Jonathan (o Yónatan, en mexicano) le importa un cacahuate lo que diga ese premio Nobel desconocido (vamos por el principio, ¿qué es premio Nobel?).

Pamplinas, el chamaco, desesperado porque el tiempo le ajuste para alcanzar más momentos de lo que a su edad entiende por “sublimidad” –emociones al tope; las náuseas y el vómito como límites de la proeza existencial- toma su turno en la larga fila hacia el tobogán de la diversión que le ha regalado el Supremo Gobierno, en la zona más emblemática de la severa ciudad neogallega: la Plaza Liberación, frente a un Hidalgo furioso en bronce, un teatro de cantera lleno de musas inspiradoras de ocios más reflexivos y una catedral con dos agujas que apuntan al cielo, de donde cada año salen tibias invectivas contra los profanadores de las fiestas sagradas de la Semana Mayor.

Mientras las carreteras que conectan a la metrópoli tapatía con el resto del país, se han llenado de autos en fuga y se llevan con ellos los atorones viales que ya son “usos y costumbres” de la Perla occidental, las calles citadinas lucen como los asuetos provincianos que solía disfrutar la generación de los padres y abuelos de los Yónatan; y éste con su legión de contemporáneos imberbes y caprichosos, viven felicidades efímeras de trajes de baño, agua jabonosa y vértigos inducidos por el “subeibaja” de la gran culebra de plástico, una oruga abierta que acelera el flujo de los infantes aventureros gracias a la gravedad y a la ausencia de fricción en cuerpos con una ventaja evolutiva recién incorporada: son húmedos y resbalosos como ranas o lagartijas cámbricas; pero este verdadero homenaje a la física newtoniana y a la biología darwiniana no suscita ninguna reflexión ni emoción científica; a los asistentes les parece fantasía pura: más un Reino Aventura o un Disney World bajo este sol que por fin se decidió a hacerse cargo de la primavera, y convertirla en una estación mínimamente calurosa, como debe ser.

El mismo centro, que por la tarde se llenará de feligreses que visitan los siete templos y atestiguan las ceremonias del jueves Santo, no se ve demasiado atiborrado a mediodía. La gente camina despreocupada de un lugar a otro; los ancianos ocupan las bancas de siempre en la plaza de armas; los mendigos tienen más clientes potenciales y más acosos por los cuales responder frente a los policías en bicicleta; las calandrias tienen más trabajo -pero los caballos sienten una suerte de respiro al no ser atormentados por los bocinazos de los automovilistas desesperados de los días laborales-. Debe ser un Jueves Santo para esas bestias domesticadas en lejanas estepas de otro continente. Tampoco parecen estar conscientes de esas trascendencias, pero entre una multitud que goza al instante y luego lo olvida en nuevos placeres –oh qué amargado es ese señor Vargas Llosa-, la pacífica ignorancia equina, como los Houyhnhnm de Los viajes de Guilliver, se tiene que ver como una suerte de sabiduría impronunciable para los rústicos y arbitrarios yahoos que pululan en los alrededores.

El hedonismo light de las calles del centro se reproduce en otros sitios atiborrados: balnearios intra y extraurbanos –Lindo Michoacán, Las Tortugas, Cañón de las Flores, Los Camachos, Huaxtla- donde la cerveza y los refrescos corren a raudales entre los tránsfugas del orden urbano. Hay otro tobogán a cuenta del erario en el corazón de la Guadalajara popular: el parque de la Solidaridad Iberoamericana, al oriente donde se encuentran, en el arroyo de Osorio, los municipios de Guadalajara y Tonalá. Y qué decir de los botaneros donde se come en exceso y se disfruta hasta la extenuación la ofrenda musical -perdóname maestro Bach, pensaría el molón de don Vargas- de las bandas tipo Julión Álvarez o Tigres del Norte, enclaves de la salida a Chapala, a Colima o hacia la penal; en este último corredor, cómo ignorar el especial rito de libertades que hacen algunos ex malosos que han recibido la indispensable segunda, tercera o cuarta oportunidad de ser hombres de bien.

Horas más tarde, la noche también traerá sus tentaciones en bares, cantinas, restaurantes y centros de baile donde el cuerpo vive una suerte de apoteosis que se quema en el instante siguiente… Dionisos y Cristo se diputan almas bajo una luna llena que deambula fría y serena por un cielo despejado que los hombres de antaño veían como preludio de sacrificios tremebundos y misterios sacros, pero hoy apenas embellece las pequeñas biografías de la vacación de cada cual, sin olvidar esa instancia mágica de la vida verdadera de esta posmodernidad: los perfiles de Facebook, Twitter, instagram y cualquier virtualidad que hace de la vida una aventura personal de bajo, muy bajo costo.

Una ciudad que se entretiene y no olvida que “…lo que no es divertido no es cultura”. Amargura de premios nobeles, mientras se planea la nueva jornada de disfrute.

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