* En 2023, Jalisco encabeza la lista nacional de bosques y pastizales quemados, muy por encima de Guanajuato y Michoacán
* El cambio climático pone la perspectiva muy compleja, asegura Alfredo Nolasco Morales, ex director nacional de incendios
* Los ecosistemas de pino que predominan en el eje Neovolcánico y las sierras madres del Sur y Occidental, sestán adaptados al fuego
* El problema serio es que muchos ecosistemas han sido alterados, y no evolucionaron en esas condiciones, lo que complica su restauración
Agustín del Castillo / Brunoticias
28 de abril de 2023. Tapalpa es a Jalisco lo que Mariposa en Yosemite, a California. Los fraccionamientos urbanos de lujo han invadido al bosque, generando negocios fabulosos y la consolidación del destino turístico, pero a cambio de la fragmentación de los corredores, la extinción local de muchas especies, la alteración de los ciclos naturales básicos, por medio de la invasión de ruido, de bardas y mallas, de autos de motos, de contaminación y basura… más de alguno encontrará una irresistible justicia poética en que las casonas de madera se expongan cada año a la temporada de fuego, pues las florestas de pino están entre las mejor adaptadas a la presencia de la magnífica y temible “flor roja” de que hablaban los animales de Kipling (El libro de la selva).
Hoy, corre por el bosque antiguo y por las hipermodernas redes sociales una noticia amarga. El joven Manuel Alejandro Justo Hernández, jefe de cuadrilla de la brigada Mazati, con apenas 22 años, cayó víctima de los azares y la incertidumbre inherentes a combatir fuego en contextos cada vez más desafiantes.
Es la sequía extrema, es la presencia abundante de combustible por el bajo manejo, es el viento cambiante de la primavera, es todo lo que pueda llamarse cambio climático. Pero los brigadistas reconocen cambios complejos, a veces dramáticos, en la dificultad de enfrentar incendios en bosques y selvas.
El teatro de la desgracia fue un paraje llamado El Carrizal, que este día era atendido por 45 combatientes. El gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, aclaró en sus redes sociales que no había daños en zonas habitaciones o cabañas. Muchos propietarios vigilaban al anochecer, con angustia, el comportamiento de la deflagración.
La muerte no interrumpió la furia indiferente de la naturaleza: al día siguiente, después de mediodía, había ya 262 bomberos forestales. La extinción del fuego todavía se prolongaría otro día más.
Los días finales de abril y los comienzos de mayo suelen tener los peores registros de incendios para Jalisco. Y hablando de muertes infaustas, son los pueblos contiguos a la Sierra de Quila -la única área protegida de esta región- a los que le ha tocado poner más vidas -nunca fue más preciso ese cliché de “ofrenda”- durante los últimos 40 años de combate de incendios.
Corría 1986. El fuego brotó en Tenamaxtlán, y penetró en la Sierra de Quila el 12 de mayo. El reporte que entregó al gobierno del estado el alcalde de Tecolotlán, Manuel Rosas, señaló que tras 18 horas de combate, la combustión había alcanzado 8 mil hectáreas, más de la mitad de la superficie protegida por el decreto de 1982. Incluso había entrado en combate un helicóptero de la entonces Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos. Al final, el pago por la inexperiencia de los brigadistas, casi todos originarios de Quila el Grande, es el más elevado de que se tenga registro en vidas humanas en Jalisco por estos eventos: nueve muertos.
Sus nombres permanecen en una placa conmemorativa en Tecolotlán: Alejandro Jiménez Luquín, de 14 años, José Luis Sandoval Sánchez, quien recién cumplía 18 años de edad; además de siete adultos más: Juan Sedano Sánchez, José Hernández Pérez, Javier Núñez Barbosa, Maximiliano Sánchez Soltero, Ventura Aquino Rivera, Antonio López Espinoza y Agustín Becerra Bustos. Desde entonces, el 12 de mayo es día estatal del combatiente de incendios, en conmemoración de esta tragedia.
Este 28 de abril de 2023, el joven Manuel Alejandro Justo Hernández se ha unido a la nómina trágica de los muertos de Quila.
EL DRAGÓN QUE RESUELLA EN LA NOCHE
Junio del año 2004. Entre la apretada oscuridad nocturna de la sierra de Cuale, al oeste de Jalisco, los viajeros primero percibieron el inconfundible aroma de la combustión, mientras columnas de humo opacaban un cielo apenas un momento atrás tapizado de estrellas.
Luego, cuando libraron un puerto del camino que va a Talpa a bordo de la desvencijada Toyota “chocolate”, sus ojos recuperaron una visión primitiva, tejida de asombro y temor: el fuego, cual espléndido y terrible dios primordial, devoraba furioso el bosque. Los troncos de pinos y encinos, inermes ante la ofensiva de la lengua roja, ardían como espíritus atormentados, y su castigo dotaba de una extraña belleza a la noche. El viento soplaba y expandía las llamas.
Entonces, Toribio y Manuel observaron el raudo y accidentado ascenso de un jeep con grandes luces incandescentes, por la brecha: reconocieron a bordo a un cazador del pueblo, Armando Amaral. ¿Simple oportunista o invocador voluntario del desastre? Una duda que nunca sería contestada...Las luces cegadoras tenían el propósito de sorprender venados durante su huida. El sospechoso no se detuvo a saludar, en persecución de la probable presa, y el fuego siguió su marcha en medio de súbitas explosiones sobre las copas de los árboles, cuya orgullosa y paciente longevidad quedó a prueba.
Lupe Ochoa les recordó que ese predio tenía un conflicto añejo de posesión y que es usual resolver por la vía de un incendio lo que los tribunales y la justicia demora en aclarar. Segunda hipótesis. Qué decir de los siniestros provocados para abrir la siembra de enervantes: en estas montañas, aún remotas, pero cercanas al mar, la marihuana y la amapola son algo común desde hace más de dos décadas, cuando el legendario Rafael Caro Quintero arribó y dio trabajo a decenas de habitantes pobres de El Bramador y Desmoronado, aldeas mineras aisladas desde los aciagos años de la revolución de Pedro Zamora (1920).
La reflexión se interrumpió al aparecer la cuarta posibilidad, unos minutos después: el pesado descenso de un camión maderero con gruesos troncos que tal vez contaba con la guía para acreditar su procedencia legal, pero que, en caso de que faltara, la compleja red de caminos rurales pondría lejos del brazo de la ley.
Además, se puede pensar, cavilaron los testigos, en el fuego encendido por paseantes, esos peregrinos que visitan a la Virgen tras un periplo por la sierra, en extenuantes jornadas en las que el sol, la lluvia y el frío los ponen a prueba. Aunque junio no es la temporada alta para ese fervor.
Tampoco se podría descartar la apertura de pastizales o de terrenos agrícolas, costumbres inmemoriales de los moradores de esta región.
19 años después de esta estampa, la destrucción de los bosques en esta región de la Sierra Madre del Sur se ha hecho exponencial: las mafias territoriales controlan completamente el mercado de la madera, y son las que deciden los árboles que se cortan y los volúmenes que se extraen. El escenario más pesimista se ha cumplido. De hecho, Jalisco sobresale en este renglón de infortunios por encima de sus vecinos Michoacán, Guanajuato o Nayarit. Por ejemplo, cerrando cifras en abril de 2023, mientras el reporte de lo que va del año de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), apunta más de 25 mil hectáreas quemadas para Jalisco, Guanajuato sólo ha visto pasar el fuego por poco más de 1,500 hectáreas: Michoacán, por casi tres mil hectáreas, y Nayarit, 5,681 hectáreas. Todos muy lejos de las cifras de la tierra del tequila.
El desorden en la gestión del territorio, detonado por a dinámica de las fuerzas económicas, en candiladas por el éxito económico e monocultivos como el aguacate, el agave y los invernaderos con frutas y legumbres de exportación, o por el poder de la ganadería (la entidad es la segunda del país en número de cabezas, solo por detrás de Veracruz), sumado a la ausencia de Estado de derecho y el poder de las plazas criminales ligadas al Cártel Jalisco Nueva Generación, son sin duda parte de la explicación.
La Sierra de Cuale vive en 2023 estás condiciones extremas.
Pero nada de eso se sospechaba esa noche de la primavera de 2004. El fuego redobló su furia en la alta noche, y Toribio, Manuel y Lupe se retiraron camino abajo, apesadumbrados y sin respuestas, hasta la quietud luminosa de Talpa. Al día siguiente, aquella danza fantástica de color y vapores de la víspera, bajo la luz del sol se había reducido a ruinas grises. Algunos tocones conservaban un mortecino ardor, árboles fantásticos lucían pelones, retorcidos y ennegrecidos; algunos supervivientes con ramas aún verdes se erguían heroicos en medio de la desolación.
El daño fue grande, aunque puntual: alrededor de 25 hectáreas quemadas. Pero en derredor, un magnífico bosque de miles de hectáreas sobrevivió a sus verdugos. Por algún tiempo.
LAS DOS CARAS DEL FUEGO
No siempre tienen que acabar estos asuntos así. La investigación científica desarrollada en México en los últimos años demuestra que aunque el fuego puede originar grandes desastres, sobre todo si crece a través de las copas de los árboles, también cumple una función ecológica esencial en muchos ecosistemas, en particular en los bosques templados (justamente, los de pino y encino) y en los matorrales.
Un incendio superficial es a menudo benigno, pues propicia la regeneración, el rebrote de semillas y la presencia de ciertos animales adaptados a ese entorno cambiante. En cambio, puede destruir cosas valiosas en otros ecosistemas, como la selva húmeda o el bosque de niebla (o mesófilo de montaña).
Lo que se necesita es adoptar visiones y sistemas múltiples para su manejo, advierte el investigador del Instituto Manantlán de Ecología y Conservación de la Biodiversidad (Imecbio-UdeG), Enrique Jardel Peláez.
“Se trata de fortalecer capacidades contra los incendios; esto evolucionó a un enfoque de manejo del fuego, partiendo de la idea derivada de estudios ecológicos de largo plazo: el fuego es parte de la dinámica de los bosques de pino”, explica Jardel. “[El fuego] tiene una serie de usos, además, en silvicultura para preparar el terreno, en regeneración natural o plantaciones, o manejo de hábitat pensando en las especies adaptadas a las condiciones que crean los incendios, tanto plantas como aves; también se usa en manejo de agostaderos para la ganadería, y es una de las herramientas más baratas para preparar terrenos para cultivo”.
Así, se procura estimular “esta idea de que el fuego se maneje, se use para algo benéfico”, lo que lleva a “mantener el régimen de incendios en aquellos ecosistemas que dependen del fuego”, sin descuidar el aspecto de la protección.
- ¿Hay un mito muy grande en torno al fuego destructor?
- Bueno, es necesario ser claros: los incendios sí pueden tener efectos destructivos; se deben tener capacidades para prevenir y combatir incendios […] pero en muchos ecosistemas ha estado presente por millones de años de forma natural, y luego miles por la presencia humana; no es algo que puedas eliminar nomás así, generarías cambios en características de bosques y su dinámica natural. Entonces, eliminar el fuego no es del todo correcto, por eso la necesidad de manejarlo. Los ecosistemas que normalmente no se queman más que en años muy secos, como el bosque mesófilo o las selvas húmedas, deben estar en condiciones extremas para que los incendios sean naturales, años secos y caída de rayos, o quemas intencionales […] el problema es que cada vez más gente vive en contacto con los bosques… avanza la frontera agropecuaria, la extracción de recursos como la madera, y esto puede modificar las condiciones de estas selvas y hacerlas más susceptibles a un incendio. La selva se fragmenta, se abren claros en ella, se seca combustible, se enciende y propaga un incendio. Si a esto le añadimos las condiciones de cambio climático, con eventos de sequía extrema u ondas de calor, eso sí podría generar un desastre. Pero en otros casos, el fuego es parte del sistema y se debe manejar.
De hecho, añade Jardel Peláez, los desastres periódicos que se padecen en bosques de Estados Unidos, o recientemente en Australia, son consecuencia de políticas que, en lugar de manejar el fuego, lo han marginado. Esto propicia la acumulación de materiales combustibles y potenciales desastres, incluso a costa de vidas humanas.
“Los aborígenes de Australia lo usaron por miles de años; provocaron incluso incendios para reducir el peligro de forma severa […] el caso de la acumulación de combustibles es un problema serio pues ahora hay casas metidas en el bosque, e incluso ciudades que crecen sobre estas áreas. Ése es el caso de Canberra [capital de Australia], ciudad en medio de ecosistemas que se pueden quemar; o de varios fraccionamientos de poblaciones al sur de California; en México está el caso de la sierra de Arteaga en el estado de Coahuila, que se llenó de cabañas y residencias de personas de Monterrey, o el bosque de La Primavera, en Guadalajara”.
Este investigador explica que el problema es que no sólo se quema el bosque o el ecosistema, sino que se ponen en riesgo viviendas e infraestructura, por lo que los combatientes tienen que arriesgarse más: “En Estados Unidos ya ha habido protestas de las agencias de combate de incendios llamando a que se controle la urbanización en áreas de riesgo, se arriesga a la gente y al combatiente”.
En México y América Latina, la gente vive en los bosques desde hace siglos, pero se trata de algo completamente distinto: “Allí derivan prácticas inmemoriales de manejo de fuego que se hacen en el momento apropiado cuando es menos riesgoso, para reducir la acumulación de combustibles […] en lugares con población asociada a bosques, donde se aprovecha la madera y se manejan bien los recursos, lo normal es que se apliquen medidas de prevención, como quemas prescritas, que haya vigilancia y personal de combate”.
Jardel Peláez habla de dos temporadas de incendios difíciles en el país: 1998 y 2003. “Se comparaba que mientras en lugares de bosques bajo manejo hubo poca incidencia de incendios o se controlaron pronto, en las áreas más remotas hubo muchos incendios, pues no había condiciones de organización para prevenir y combatir”.
Estas experiencias dejaron enseñanzas. Surgió de allí una norma oficial mexicana para manejo de fuego (NOM 015), pero se debe caminar hacia la generación de programas específicos y adaptados a cada realidad del heterogéneo mundo natural mexicano. Es decir: predio por predio.
NO SABEMOS LO QUE SE VIENE
El cambio climático ha venido a complicar la de por sí difícil historia del combate de incendios forestales en México “y no estamos preparados”, advierte el consultor en el tema y ex director del programa en la Comisión Nacional Forestal (Conafor) Alfredo Nolasco Morales, entrevistado en Zapopan en diciembre de 2022.
“La temporada 2021 apoyé en Zapopan y vi incendios con remolinos de fuego que antes no se presentaban. Particularmente, no olvido cómo en 5 minutos se produjo uno con 12 remolinos de fuego; son los incendios que vienen y no estamos preparados”, porque los políticos y la sociedad se empeñan en no comprender.
El experto hace a la par un recuento de la precariedad que enfrentan los combatientes del fuego, profesión incomprendida por la sociedad:
“1998 fue el peor año, tuvimos 73 muertos, un solo evento de 19 en Puebla; desde 1966 se acumulan 266 combatientes fallecidos, de los cuales 75 a 80 por ciento son voluntarios rurales. La lección era y sigue siendo que, si no están profesionalizados, el riesgo crece: debemos poner los ojos en la protección del personal y se logra mejorando el entrenamiento”.
-¿Cómo hacer entender esto a los políticos, a los tomadores de decisiones, a la sociedad?
- Pienso que este programa de incendios no genera votos. Estoy seguro, a lo largo de 36 años he visto pasar diputados, senadores, presidentes municipales, gobernadores y presidentes de la República, y es eso, desinterés, porque es inversión a fondo perdido, no hay ganancia política, financiera, social. Se apaga y nos olvidamos (…) Pasó en 2011 y en Monterrey el año pasado; se contrató un DC10 esa última vez y un Boeing 747 en 2011; cada descarga que hacen esos aviones vale lo que cuatro camionetas nuevas, pero prefieren eso en lugar de darnos ese dinero para equipar brigadas, porque eso no genera fotos impactantes como un avión.
De manera, añade, que se tiene “que educar a la sociedad; la sociedad urbana en particular es un juez muy severo, pero solamente se critica; se necesita que haga también”. Una parte es llevar un modo de vida responsable en lo ambiental y la otra es elevar el costo político de no tomar decisiones, como es invertir dinero público en la prevención de incendios.
Advierte que Estados Unidos hace quemas preventivas sobre 2.5 millones de hectáreas, pero México solamente lo hace en 100 hectáreas, “apenas para prácticas, no hay recursos para trabajarlo con seriedad”.
En el caso de La Primavera y los bosques que rodean el Área Metropolitana de Guadalajara, por ejemplo, la Ley Estatal del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente prohíbe expresamente las quemas agrícolas en las estaciones frías y secas (otoño-invierno), lo que es contradictorio y explica por qué esta temporada 2023 ha significado un riesgo mayor para los combatientes.
“El fuego es herramienta benéfica y dañina; vamos a tratar de hacerla benéfica, pero necesitamos tu comprensión (…) reeducar legisladores, políticos, medios de comunicación, porque además, quieren que los incendios se apaguen rápido, pero no es así: los incendios no se apagan por instrucciones, se apagan cuando hay una desalineación entre la topografía, el tiempo atmosférico y los combustibles, cuando la temperatura y la humedad relativa sean bajas, allí tenemos una oportunidad, pero si queremos meter al personal cuando tengamos topografía abrupta, alta cantidad de combustible y tiempo atmosférico adverso con temperaturas de 30 a 40 grados, y unidades de combustible de menos de 10, lo que estamos haciendo es aumentar el riesgo para el personal y ninguna vida vale menos que una hectárea, 10 ó 100 quemadas”.
La crítica de Nolasco Morales no se detiene allí: debería haber una sola campaña de incendios porque “somos un solo país”, pero cada gobierno quiere meter mano; además, son simplemente reactivos. “No hacemos prevención porque cuesta: poner gasolina, alimentación, agua y como son cosas que no se ven, pues eso lo explica (…) En incendios damos recursos, pero pasan las lluvias y ya no llega nada. Luego pedimos vehículos de ocho cilindros y 4x4, pero los tomadores de decisiones dicen ‘están gastando mucho combustible’ y no, así es el vehículo y es un costo inherente a la protección… de manera que nuestro programa mexicano está a la altura de los mejores programas, pese a tener pocos recursos…”.
Y para muestra, el botón: el año de incendios se lleva 2 mil millones de dólares en Estados Unidos, 850 millones de dólares en Canadá, entre 500 y 600 millones de dólares en Australia y Nueva Zelanda, 400 millones en Corea del Sur… y 20 millones de dólares en México. “Es un abismo; hacemos mucho más con menos, y muchos nos reprochan que salimos caros...”.
EN 1 DE CADA 4 HECTÁREAS, EL FUEGO NO DEBERÍA ESTAR
En Jalisco, durante 2023, , la Conafor reporta que una de cada cuatro hectáreas quemadas, lo hacen en sistemas naturales no adaptados a su influencia
Es decir, si los incendios sólo se dieran donde es natural que se den: las diversas agrupaciones de bosques de pino-encino de sus ecosistemas templados, el impacto sería de poca consideración en términos biológicos, porque son ecosistemas que evolucionaron con el fuego, como sucede con el bosque La Primavera.
Pero no pasa con otros ecosistemas que antes no se quemaban, y que ahora padecen fuego porque fueron fragmentados y degradados, y eso se suma a la fenomenología climática con los calores al alza.
“Los ecosistemas sensibles al fuego, son los que no se han desarrollado con el fuego como un proceso importante y recurrente. Las especies de estas áreas carecen de adaptaciones para responder a los incendios y la mortalidad es tan alta incluso cuando la intensidad del fuego es muy baja. Es decir, no son muy inflamables. La estructura y la composición de la vegetación tienden a inhibir la ignición y la propagación del fuego. A medida que los incendios se vuelven frecuentes y extendidos, el ecosistema se desplaza hacia una vegetación más propensa al fuego. Como ejemplos podemos incluir una amplia variedad de bosque y selvas latifoliadas tropicales y subtropicales, así como bosques latifoliados y de coníferas de zonas en el extremo más húmedo del gradiente de humedad. Los bosques tropicales se convierten en sabanas de pastos inducidos y los pastizales semiáridos se ven invadidos por pastos no
nativos que crean un combustible continuo”, explica el investigador Andrés Nájera Díaz, de la Universidad Agraria Antonio Narro, de Coahuila (https://sma.gob.mx/wp-content/uploads/2021/09/2_El-fuego.pdf).
Conforme a los datos de la Conafor, 120 de los 445 incendios en Jalisco de esta temporada han sido en ecosistemas sensibles, lo que también marca una cuarta parte del total. En cuanto a número de eventos de estas características, el estado también encabeza la lista nacional. En cuanto a superficie de esta fragilidad sometida a la destrucción del fuego, Jalisco ocupa el tercer lugar. La norteña Sonora (7,668 hectáreas) y el sureño Guerrero (5,683 ha) son primero y segundo lugar.
El sistema de combate de fuego de Jalisco es de los mejores del país, lo cual se refleja en la superficie más moderada promedio por incendio, en comparación con otras entidades. Sin embargo, los excesivos brotes de fuego reflejan un mal control del territorio y de sus actividades productivas.
“Actualmente, un mayor número de ecólogos y conservacionistas consideran que los regímenes alterado del fuego, es decir, demasiado, muy poco o el tipo de fuego equivocado, son una gran amenaza para la conservación de la biodiversidad. Ellos sostienen que si no se les presta atención debida y se les integra a otros esfuerzos, los incendios o la falta de fuego tiene el potencial de deshacer el progreso logrado en décadas de esfuerzo de conservación y desarrollo sostenible”, agrega el académico citado.
2017, EL AÑO EN QUE MUCHOS ESTUVIERON EN PELIGRO
Faustino Ibarra Guerrero, adscrito la brigada Puma 1 que combate incendios en La Primavera y su zona de influencia, ya contaba con años de experiencia y habilidades que sólo se adquieren con el bregar constante entre fuego, cañadas, viento y humo. El 26 de abril de 2017 le tocó afrontar su cita definitiva con el destino.
Hay testigos.
“Fue extraño; primero vimos a un grupo de desconocidos y después nos topamos con el incendio; como fue en una zona muy accidentada, de repente el fuego brinco por una cañada por una ráfaga de viento, y Faustino trató de regresarse, pero cayó de muy alto […] Luis Alberto Armenta Hernández, otro combatiente, quiso auxiliarlo, y además de que aspiró mucho humo, también se lesionó…”. Al anochecer se completó el rescate. Faustino había muerto. Luis Alberto debió ser hospitalizado. Semanas después también falleció.
No fue, aparentemente, un caso aislado. Este combate fatal se dio en la Sierra de Ahuisculco, una de las estribaciones que rodean al valle Tala-Ameca, al poniente del área metropolitana de Guadalajara. Apenas una semana después, el 2 de mayo, otro siniestro ubicado unos 120 kilómetros al poniente, en el paraje La Virgencita, entre Mascota y San Sebstián del Oeste, ocasionó una tercera víctima: Gildardo de Jesús Fregoso Dueñas, de la brigada Semadet-Occidental 1.
Y la cuarta muerte se acumuló apenas en las montañas del norte del valle de Ameca, en el área protegida Sierra del Águila, el 8 de mayo: Matías Aguayo Villagrana, de la brigada municipal de Ameca.
No hay explicaciones oficiales sobre por qué, experimentados combatientes pudieron cometer errores que les costaron la vida. Pero extraoficialmente, se señala el inquietante hecho de que los combates a bandas criminales de robo de gasolina en los valles de Tlajomulco y Ameca empujaron a gavillas enteras a la parte alta.
Tierra de nadie: agazapados ante la ofensiva del ejército mexicano, buscaron refugio en el monte, como los bandidos de las viejas historias. Y para un criminal a la defensiva, cualquier hombre es sospechoso.
“Eso tuvo que ver con las muertes, y es algo que ni la fiscalía ni la secretaría de Gobierno le dejaron claro al gobernador cuando se criticaron los casos en el gabinete; no fue un tema de mala planeación ni de falta de equipos, fue evidentemente que se menospreció el factor de la presencia de grupos criminales, que cada vez condicionan más las posibilidades de un combate efectivo del fuego en las montañas de Jalisco”, advierte un alto funcionario del ejecutivo estatal. La descomunal cifra acumulada de hectáreas afectadas por fuego en Jalisco, 189,900 hectáreas hasta el 31 de diciembre de 2017, la mayor cifra histórica en la historia de la entidad y segunda en la del país (la excepción es 1998, con Oaxaca), da veracidad al diagnóstico.
Manantlán se quemó como no había ocurrido en muchos años. La gran reserva de la biosfera, una de las joyas de la conservación en México, posiblemente rebasó quince mil hectáreas siniestradas. Los combatientes han debido lidiar desde que se constituyó la reserva, hace casi 31 años, con la fantasmal presencia de los sembradores de mariguana y amapola, que han cobrado vidas en algunos liderazgos indígenas de Ayotitlán y Cuzalapa; hoy la cosa es peor, porque el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) ejerce un control de territorio que va desde las zonas remotas hasta las cabeceras municipales regionales, y sobre todo tipo de actividades económicas.
“Y hay muy pocos que estén dispuestos a enfrentar sus intereses; las siembras requieren a veces que se abran claros y el fuego les sirve de herramienta”, sostiene un veterano combatiente de fuego.
No solamente el elemento de la criminalidad ha hecho desastroso el año 2017 para los bosques. La entonces titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial, Magdalena Ruiz Mejía, señala la extrema sequedad y las altas temperaturas que se alcanzaron durante los meses de primavera y el comienzo del verano. También, la existencia de abundante material combustible-restos de plantas y árboles derribados- como efecto de fenómenos extremos, en especial, el violentísimo huracán 'Patricia', que no cobró vidas humanas pero sí arrasó con selvas y bosques del litoral y de la Sierra Madre del Sur.
El aspecto “cultural” terminó de cuadrar la crisis: en Jalisco, como “campeón agropecuario”, los productores parecen tener “cheque en blanco” cuando de aumentar su productividad, con riqueza y empleos, se trata. Muchos activistas ambientales denunciaron cómo las florestas derribadas resultaron una tentación irresistible para muchos agricultores o ganaderos “expansionistas”, que buscaban ampliar sus superficies productivas. Incluso en el caso de que no fuera así, la actividad agropecuaria es responsable de al menos una cuarta parte de los incidentes con fuego, pues se usa como herramienta para preparar la tierra o desbrozar agostaderos. La NOM 015-SEMARNAT / SAGARPA obliga a notificar a las autoridades de esas “quemas controladas”, pero es una de los preceptos más violados en todo el país.
Y la “cultura” también se apunta una clara responsabilidad con los paseantes ocasionales, descuidados, y a la postre, destructivos, de los bosques.
El siniestro que más impacto tuvo en la opinión pública tapatía se liquidó en la misma jornada en que Gildardo de Jesús Fregoso Dueñas murió accidentado en Mascota. Un grupo de visitantes, en las inmediaciones del fraccionamiento Pinar de la Venta, habían dejado una fogata mortecina tres días antes. Esas brasas fueron realimentadas por el viento y se transformaron en un colosal incendio que alcanzo casi mil hectáreas, llevó toneladas de humo al área metropolitana de Guadalajara y ocasionó que se visibilizara por unos días la tragedia estadística de los bosques jaliscienses.
No todo fue tan malo. 95 por ciento de las arboledas ya se han recuperado, pues fueron incendios superficiales que además dan nuevas oportunidades a especies adormecidas a la espera de su momento. Pero el humo se ha ido a acumular en la gran capa atmosférica de gases opacos que causan el creciente calentamiento de la tierra. En algunos casos, es el remate de un proceso de degradación de décadas. En otros, apenas lo detona. Muchos organismos parásitos, que cuando se salen de control se llaman plagas (normalmente, por causas humanas) también esperan aumentar sus conquistas a costa de árboles y ecosistemas debilitados. Hace falta más ciencia y tecnología para medir con precisión hasta dónde el fuego beneficia, y a partir de qué momento perjudica la historia de un bosque.
Lo cierto es que en 2017, dos de cada siete hectáreas quemadas en el país fueron en el estado de Jalisco, que se apuntó un hito histórico: 189,814.5 hectáreas quemadas en 759 incidentes. La cifra más elevada desde 1970. Cuatro muertos reclaman que esa pesadilla no se vuelva a repetir.
CRÍMENES SIN CASTIGO
Abril de 2005. El fuego se propagó con rapidez y violencia debido a la fuerza de los vientos. Lo que más dificultó su combate fue que nació en dos puntos diversos del área de protección forestal y de fauna La Primavera, a las puertas de Guadalajara. Después, las dos líneas de fuego se encontraron sin anularse. La devastación demoró cinco días en ser contenida por cientos de brigadistas.
La investigación de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) acreditó que fue un siniestro provocado, pero no encontró a los responsables. Semanas después se encontraron contenedores y sustancias flamables en la zona de El Cráter, donde comenzó uno de los focos del devastador suceso. Además, entre el 23 y el 25 de abril hubo siete focos de fuego en distintas zonas del área protegida, lo que demostraría un patrón de acciones para generar el desastre.
El 4 de diciembre de 2005, el delegado de la dependencia, Trinidad Muñoz Pérez, dijo a la prensa: “No hubo quién diera indicios serios de los responsables. Las dependencias gubernamentales no aportaron mucha información y las fotos tampoco sirvieron de mucho”.
Muñoz Pérez agregó: “Ninguna autoridad —y quiero ser muy enfático— dio los suficientes elementos para poderle fincar un procedimiento a un particular […] va a quedarse como una investigación, va a quedarse con una recomendación, pero definitivamente en ninguno de los niveles de denuncia que hicieron se nos dijo claramente de dónde salió el incendio”.
El saldo final: 11,148.7 hectáreas quemadas. Dato alarmante de no advertirse los matices: se estima que la zona con daños severos abarcó de 600 a 900 hectáreas (entre 5% y 8% del área afectada), que es donde se ha debido hacer una labor de “reconstrucción” de los ecosistemas.
En el resto, el fuego fue un motor de cambios que benefició a muchas especies: semillas de pino despertaron de su letargo con el calor; varias especies oportunistas de herbáceas ocuparon espacios abiertos por la devastación y a su vez dieron alimento a fitófagos (comedores de hierba) como los venados cola blanca y aves como los colibríes. Los pumas han regresado y tienen, aparentemente, condiciones espaciales y disposición de alimento, como para pensar que prosperarán largo tiempo en el bosque sitiado.
Hoy, la ciudad sigue creciendo en las orillas, incesante, y la mayor deflagración registrada en su historia ha sido olvidada, mientras nuevos fuegos alumbran brumosas noches sin estrellas de su larga sequía primaveral.